El dúo catalán Hidrogenesse se prueba en Joterías bobas un nuevo traje, que resta hermetismo al concepto del álbum y que le lleva por el latinaje, el colectivismo, el folclorismo lo-tech y los hits mecánicos.
Qué: Disco (Austrohúngaro)
Ese Pierrot y ese Arlequín en los que han decidido transmutarse Genís Segarra y Carlos Ballesteros para la portada de Joterías bobas, descuelgan una mirada perdida, entre el desconcierto y la performance, entre la frivolidad no-petarda y el cinismo arty, manteniendo ese espíritu que les ha ido presentando como una de las rara avis más indescifrables e impredecibles del circuito alternativo: Hidrogenesse está de broma muy en serio, o en serio muy de coña.
Puede que ninguna de las dos, pero esa suerte de tensión impredecible que le sitúa a la vez como «grupo de culto tecnopop para entendidos», como homólogo de la intelectualidad pop española de OMD, Yazoo, Soft Cell o Blancmange; o como uno de los bastiones de una generación que sí ha recogido las mieles del éxito (efímero o no, ejemplos como los de Las Bistecs, Ojete Calor, Putochinomaricón o Ladilla Rusa le deben mucho a la existencia de Hidrogenesse), hace que cada nuevo movimiento del dúo catalán, nos obligue a que, en la escucha, necesitemos activar sentidos que habitualmente no nos exigen el grueso de producciones.
En Joterías bobas, después de dos álbumes con una carga conceptual especialmente exigente (Un dígito binario dudoso rendía culto y pleitesía a Alan Turing y Roma servía como un tratado de arqueología pop de la cultura italiana), Hidrogenesse abre y transversaliza un poco más el concepto, influido tanto por sus viajes a México como por sus alianzas con terceros. Desde los instrumentos y cacharros que encontraron en casa de su amigo Jérémie Orsel (quien ya colaboró en ¿De qué se trata?, una canción de su álbum anterior, y que le aporta un universo de instrumentos de tecnología retro analógica) hasta la corte de colaboradores que gana protagonismo y voz en este trabajo (Single, Elsa de Alfonso y La Terremoto de Alcorcón).
Como suele pasar en los discos del dúo catalán, el repertorio gana tanto cuando se radicaliza (Xochimilco, Nombre de flor y Brujerías jotas, las más ¿folclóricas? del disco; o una acelerada y catártica La cita) como cuando consigue generar relatos de un costumbrismo catódico, entre el himno generacional y el hit mecánico (Claro que sí, La carta exagerada y Se malogró sacan matrícula). Curiosamente, pierde enteros cuando se pone lánguido (Teclas que no suenan) o excesivamente petardo (Llorreír). Con lo que sea, a Hidrogenesse le sienta bien el nuevo traje, aunque algún pequeño pliegue se quede sin planchar.