Compuesto en el reverso de facturas de luz impagables y manifestaciones callejeras, el nuevo disco del argentino Pablo Dacal es fatalmente social pero defiende a capa y espada su propia subjetividad. Como un álbum de Moris producido por Steve Albini.
Qué: Disco (Discos Crack)
Armado con un carrito de supermercado, Pablo Dacal recorrió las góndolas del desarmadero y volvió a armar su esqueleto. No es un golem amable. Tiene pocas pulgas y pocas partes: guitarra eléctrica, bajo, batería. Una viola y un saxo indolente. Compuesto en el reverso de facturas de luz impagables y manifestaciones callejeras, el disco es fatalmente social pero defiende a capa y espada su propia subjetividad. Como un álbum de Moris producido por Steve Albini. Como el Uh Uh Her de PJ Harvey en medio del terremoto político y social de la Argentina. Podemos arrojar muchas boutades para alumbrar el camino del neófito, pero es inútil. Para bien o para mal, Dacal es Dacal.
Grabadas en su propio estudio, las trece canciones de Mi esqueleto concentran muchas voces en una sola. No solo porque incluyen una versión del cordobés Francisco Heredia o una colaboración con Francisco Garamona, sino porque invocan un torbellino con citas a libros (Pablo Kachatdjian, José Ingenieros), cuentas de Twitter y clases magistrales. Lucía Valparaíso, la cueca noise de palmas glaciales que parte el disco a la mitad, es una elegía a su maestra de canto construida con sus propios conceptos. Sos ladrillos pequeños y de alta densidad emotiva.
La otra voz cantante es la puntuación. Desde su rockerísima entrada (El juego y la furia) hasta la disolución del final (La corriente me llevó al mar), el trabajo percusivo de Fernando Mondino pasa por los mil estados y no condesciende casi nunca al lugar común. Su fidelidad como ladero es un asunto mayor. Sobre todo en un disco que pone en crisis absolutamente todo: desde la idea de nación hasta el sentido de su propia existencia. Mi esqueleto no toma rehenes. Si la corrección política es un virus del espacio exterior, suena como una ruptura con el vigilante medio argentino –obvio– pero también –no tan obvio– con una parte del progresismo. Su voz es un arco tensado desde el pecho y la flecha ya está en camino. ¿No la han visto?