El segundo disco de la argentina Candelaria Zamar ofrece ocho canciones con un sentido nocturno y personalísimo del pop, punteadas aquí y allá por teclados, programaciones y el hilo plateado de una voz.
Qué: Disco (Independiente)
Por definición, la persona que padece el Síndrome Pop de Kaspar Hauser no sabe qué cosa es el Síndrome Pop de Kaspar Hauser. Alguien encerrado en su mundo privado que, de pronto, es arrojado al circuito con una sola espada: su más absoluta singularidad. Educada entre los claustros cordobeses de la música culta y una discoteca familiar improbable (Elis Regina, Luis Alberto Spinetta, el Dúo Salteño, The Carpenters), Candelaria Zamar apareció en el mapa con Un vaso de agua (2014): un disco de canciones a medio paso del silencio, puntuado aquí y allá por un Rhodes, un bajo sintetizado, algunas programaciones. Casi una niebla.
Como su debut, Una linterna es muy breve: ocho canciones encapsuladas en poco más de veinte minutos. Todo lo que antes era matinal, sin embargo, ahora es nocturno. La armonía de Enciende, esa apertura escrita con láser, abre todas las puertas. Algunas conducen a su palacio diminuto del pop. Otras, llevan a sitios inesperados. Todas están invocadas por una paleta selecta de colores: programaciones (Ro Stambuk), bajos (Matías Cella), unas pocas guitarras (Vicent Huma, Brian Taylor), un Moog (Fran Azorai), los teclados de Candelaria.
Es un juego de luces y sombras. Ahora ves un ojo ambarino. Una suite diminuta con Erik Satie en el mascarón de proa. La curva descendente de un labio. Un ruido roto. Una canción con el fantasma de María Elena Walsh. El hilo plateado de una voz que dice: «el sol es una buena cosa». Ahora la ves. Ahora no la ves.