El avance jugueteaba con el egotrip, el metal y la estética apocalíptica. Faltaba por llegar el chicharrón y aquí está, crujiente y villamellero, lleno de calorías y sabroso como el guiso diseñado por la abuela universal. Rita Indiana vuelve dando cajeta como sólo ella puede/sabe. Queda mirar, escuchar y viajar.
Qué: Disco (Fama/Ditto)
«A nadie le cabe duda, que lo que yo hago es pintura, medicina de la buena, de la que embriaga y te cura». Esas cosas dice Rita Indiana desde su altísima cabeza cuando empiezan a bajarle por el cuerpo hasta los dedos; cada compuerta, cada sinapsis o aduana capilar, el verso se matiza o embrutece según toque.
El mundo está vuelto del revés y cuando la dominicana escribió este disco (que a su productor, Eduardo Cabra, tiene loco de contento) todavía no había pandemia de virus chino; asolaban al planeta otras amenazas como el oompa loompa de la guaitjaus o el jinete moscovita, que ahí siguen jugando a la ouija día y noche. Son tiempos de mandinga, punto.
La libertad rítmica y estilística con la que Rita los dibujó y su compinche boricua los coloreó es otra razón para la rendición a este trabajo; caben los palo del campo taíno, el tamboragüira del merengue, la bachata, el rock y lo que se tercie. Rita trae el dedo acusador, el escape salvador y las frases que retumban; justo al lado, las onomatopeyas, el tictac, el tempus fugit con ron y tostones.
El tema homónimo del álbum es la cumbre del mambo violento que Rita acuñó hace algo más de una década, tras su irrupción en el mundo musical desde la literatura; Pa Ayotzinapa te mece sin dejar de recordar la tragedia que inspira su letra, y Toy en la calle deviene en lección magistral de lirismo, con ese uso único del argot capitaleño (de Santo Domingo) mezclado con cultismos que, quizá con toda la intención, se ocultan lo justo para que no ensucien el mensaje.
Consejo para cuando se la encuentren: no se les ocurre decirle a Rita que ésta es su creación más madura. «Quemadura, oh oh, fuego con esa vaina» es una de las respuestas posibles.