Tras una década en continua progresión, Grises alcanza la fórmula final de una serie de experimentos que le encuadra como una de las propuestas más sabrosas y peculiares del pop español actual.
Qué: Disco (Independiente)
Nada más entrar en Talismán, uno se encuentra con Amazonia arde, curioso destilado del caos tribal post-punk de Gang Gang Dance y el tropicalismo 2.0 de El Guincho. Solo por este primer tema, el nuevo álbum de Grises debería ser considerado como objeto no identificado a analizar.
Por suerte, el corte inicial no es una isla, sino una pauta a seguir que se extiende a lo largo de la selva sintetizada abonada para cada uno de las siete hermanas pequeñas restantes. Ambrosía de intensidad orgánica, donde los sintes chisporrotean orgasmos electrónicos y las cajas de ritmo se quiebran continuamente en la inflexión inesperada de la polirritmia malí. Así sucede en Azul, donde la banda guipuzcoana es capaz de hacernos recordar el sonido de una kora en llamas. Pero esta es solo una de las muestras recogidas a lo largo de un trayecto donde también podemos toparnos con ecos de los últimos The Knife y destellos de Extraperlo en algunos de los momentos más líricos.
Grises habla de «fuentes de luz» y cosas que se quiere encontrar otra vez. Sensaciones condensadas en los bajos explosivos de La mitad, donde también hay regocijo en una suerte de optimismo vital para combatir estos tiempos de depresión total. Como bien dice la letra: «si hay dolor, que se vaya», y si incluso hace falta un punto de arrebato post-hardcore, tampoco se va a prescindir de él, como en Galdu arte, que enfila el final de estos veintiséis minutos de fibra y músculo sin filtro que valga.