El vate gallego es fiel a sí mismo, una frase con implicaciones muy interesantes en su caso: Xoel sorprende sin dejar de ser Xoel, y sus canciones descolocan, aunque puestas en fila se convierten en un tren con maquinista que llegará puntual a su destino.
Qué: Disco (Sony Music)
Cuando hace algo más de veinte años de los veinte años, ya sea en la vida o en el arte, pueden pasar dos cosas: que estés perdido o que hayas encontrado la paz. Son dos áreas que, por suerte, tienen miles de matices, puesto que hay muchos modos de perderse (algunos, la mar de saludables) y también infinidad de vías para dejar de sufrir por estupideces.
Xoel López siempre fue un viejito de corazón, capaz de hacer canciones eternamente jóvenes, de las que ponen a bailar el corazón de los abuelos mientras se instalan con naturalidad en el hipotálamo más bisoño. Ahora que ya peina canas, es un chavalín resabiado que parece seguir aprendiendo de las visicitudes vividas o escuchadas, con el talento desbordante de convertirlas en canciones.
En este nuevo esfuerzo que no parece tal, Xoel se pasa elegantemente por el forro la presión del listón que él mismo elevó con su bagaje creativo; como Bubka en su día, como Duplantis ahora, salta la barra sin rozarla, preciso y ágil en el hilado de palabras y paisajes anímicos, lentamente raudo a la hora de provocar un tamborileo del corazón. Su mochila, que ya pesa, está llena de cosas bonitas.
La pericia hilandera es otra baza, como los cambios de registro que trufan este disco y ya asomaron en los anteriores, sobre todo desde que dejó a Shakespeare en el desván. Ojo a ese Tigre de Bengala marimbero, por ejemplo, con la tambora y la güira enguantadas, a Fito Páez asomando en Vampiro blanco, a los venablos del tema homónimo del álbum sobre la deserción de la vida o el afán del salmón… una canción, ésta última, que encabalga rimas y sentimientos con la pasmosa naturalidad del que pesca los versos en el estanque endorreico de su jardín.
No se pierdan Joana, chicos, chicas; elíjanla, de hecho, delante de las demás. Joana es el azote del pagafantas que despierta. «Yo soy todo lo que quieres cuando todo lo que quieres no te basta», dice Xoel, sabiendo que todas aquellas personas que le escuchan tuvieron su Joana antes de volverse un poco más escépticos. Disfruten con Catarata (la guatemalteca Gaby Moreno, compañera de quinta y sensibilidades, secunda al gallego en este viajecito) y sométanse luego en confianza al Dancehall para un teletransporte directo a África, por el túnel de sus derivas americanistas; algo así como Ocho Ríos fluyendo en una misma melodía.
Antes del telón épico y pelín anárquico con Pez globo (junto a Alice Wonder) llega la que quizá sea la mejor canción del álbum: La espina de la flor en tu costado, con ecos de James Yuill o Peter Broderick (incluso Sidonie con una rebaja en el matiz hedonista) es hermosa hasta decir basta.
Baste, pues, con esto.