Aparcada Bélgica por un rato, Gabriel Ríos vuelve la vista hacia las canciones de sus viejitos allá en la América doliente, la de la flor en la piel. Y se atreve con la revisión (que no rescate; nunca fueron secuestradas) de grandes joyas de la salsa, el bolero o la trova, entre otros canales de nutritiva nostalgia.
Qué: Disco (Angelhead/Sony Music)
Alma mía, así entonada comme il faut, fue primero asunto de María Grever, una de las boleristas pioneras de América Latina en los albores del pasado siglo. La cantó Bola de Nieve, la hizo eterna Pablo Milanés y la ha revisitado con su habitual acierto Natalia Lafourcade. Podría ser osado aventurarse a otra versión con tales pares en el empeño previo, pero pocas cosas se resisten al tino de Gabriel Ríos. ¿Qué ha hecho este boricua afincado en Bélgica desde hace un cuarto de siglo, con toda la herencia de la canción criolla y latina en las venas? Sacar ese bagaje a la luz con la naturalidad propia del desprejuiciado.
Ese rasgo de carácter, que en modo alguno está reñido con el respeto a la grandeza de los talentos arcanos, permite que Ríos le entre sin miedo a la Ausencia de Willie Colón, aquella que Héctor Lavoe puso a valer en los escenarios de medio mundo; he ahí la razón de que Facundo Cabral le guiñe un ojo desde el más allá al comprobar el baladón que ha hecho con Ni soy de aquí, ni soy de allá. Y ojo con el up tempo que se ha marcado con El diablo, que escribiera el también puertorriqueño Rafael Hernández y salvajeara Ray Barreto, sin olvidar la visión salsona que hiciera al respecto el dominicano Santiago Cerón.
¿Qué pasa con Ríos? Que no se arruga; le hace el amor con mimo a las canciones ajenas y reserva el despeine para las propias. El Panteón de amor de Ángel Laureano, popularizada por la Orquesta Zodiac (otro orgullo de Borinquen) es para Ríos una tonada sonera al trote. El ratón, de Cheo Feliciano, se va al puro montuno en la original (aunque en su día circulase una versión rock) y Ríos le echa una pizca de salsa.
El Vagabundo de Alfredo Gil (sí, el de Los Panchos) que ya hicieran suyo Alberto Cortez o Martín Buscaglia suena aquí más melancólico que nunca; oír a Gabriel Ríos diciendo «qué importa saber quién soy, ni de dónde vengo ni por dónde voy» es imaginar los ojillos de un sabio algo arrugado en pleno planchado de esos surcos faciales, recordando quizá algún baile apretao de otro siglo. Y Héctor Rivera, autor de la Mujer divina popularizada por Joe Cuba, con una guitarra que llora y el tumbao «que é», hubiera sonreído ante el guiño de Ríos. El productor Rubén Samama merece su crédito en esta empresa acometida por el boricua.
El temazo que Ríos comparte aquí con Devendra Banhart, La torre, es un canto al laissez faire, laissez passer emitido por dos eruditos en hacer bonita esa dura tarea de desdramatizar el universo.