Tras dos décadas poetizando las ramificaciones de la simiente folk, Nacho Vegas afina puntería en el álbum más corto en minutaje de toda su carrera, pero también uno de los más concentrados en ideas y caminos secundarios.
Qué: Disco (Oso Polita)
No es ninguna casualidad que en el nuevo LP del gran bardo astur del Siglo XXI se haya incorporado a un tipo tan heterodoxo e inquieto como Hans Laguna, o que, entre las diferentes incorporaciones, se encuentre Josebo Irazoki o Mursego. Y es que, a estas alturas, la manera de evolucionar de Nacho Vegas se basa en la necesidad de ir moviendo piezas dentro de su círculo habitual de aliados y que este rote en función de las diferentes ópticas añadidas de cinemascope pop de relieves clásicos, como el dispuesto en las nueve canciones que componen este Mundos inmóviles derrumbándose.
Para esta ocasión, Vegas ha inflamado la vena reivindicativa ya expuesta de forma evidente en su dos anteriores álbumes, aunque en esta ocasión lo ha hecho afinando todavía más la sutileza de su modus operandi. En este sentido, su prosa prosigue lozana y más portentosa que nunca, a lomos de un cuerpo instrumental de proyección esférica, compuesto en torno a un baile acaramelado entre lo barroco y la experimentación soterrada de aura atmosférica.
Tal disposición brota en todo momento, gracias a la belleza otoñal de los instrumentos de cuerdas, tal que en La séptima ola, o en un corte de tensión astral como El mundo en torno en ti. Dichos temas conforman el corazón de este trabajo, dotado de la sabiduría acumulada por los años a través de la sensación de mesura desprendida en canciones como El don de la ternura o La flor de la manzana. Ambos ejemplos son pruebas irrefutables de la fértil situación creativa de alguien que, aun por encima, nos deja lo mejor para el final, con la pátina experimental que recorre cada átomo de la bruma minimal que compone el ADN de Un principiu de crueldá.
