El comienzo del año trae también el regreso del argentino Rodrigo Fresán. Su novela, Melvill nos lleva hasta el helado río Hudson en el diciembre de 1831 cuando Allan Melvill, padre de Herman Melville, autor de Moby Dick, comienza su camino. Todas las obsesiones de Fresán en su esperada vuelta a las librerías.
Qué: Libro (Literatura Random House)
No lo pienses dos veces, estará bien, cantaba Odetta tomando palabras prestadas de Dylan. Han pasado tres años desde La parte recordada, el final de una trilogía que comenzó en 2014. No todo el mundo es capaz de caminar sobre las aguas. Es necesario un cierto punto de divinidad y tradición familiar. Mejor si está congelada.
Rodrigo Fresán, uno de los más influyentes escritores latinoamericanos, con una narrativa plena y lúcida, nos hace esperar cada una de sus obras como maná. Unas veces trae algo de Cemento y de los gemelos Bang-Bang, que descansan en Buenos Aires esperando una última oportunidad, otras es el volcán que guarda en el pecho y del que algún día surgirá Mothra para montar el grupo de versiones definitivo de los Pixies y, como en esta ocasión, hace acopio de su conocimiento enciclopédico de la narrativa anglosajona para comenzar su búsqueda personal del cachalote definitivo: la literatura como hilo familiar, anudando generación tras generación.
Como un arponero de la Olivetti, Fresán trae bajo el brazo una variación personal del folclore norteamericano que nos sirve para entender los cimientos sobre los que se edificó la literatura de John Cheever, Denis Johnson o David Foster-Wallace. Fresán nos atrae, como un cazador experto, hacia su universo desprejuiciado, donde la historia es el combustible, la fábula universal un trasfondo y la relación paterno-filial un motor que siempre anda falto de combustible durante la infancia. Los pecados del padre impregnan el futuro del hijo, excusa o razón, el juicio nos llegará tras la lectura de Melville.