La primera novela de Fran Gayo es un aullido terrenal de paranoia y estupor, una distopía con toda la estadística a su favor, un viaje fantasmal desde el mañana de una gran urbe latinoamericana asolada por la próxima pandemia hasta la Asturias de 1936. Un autor que pinta un óleo de recuerdos en distintos matices de negro. Peste y luz para su debut en la narrativa con Caballo de Troya.
Qué: Libro (Caballo de Troya)
A Fran Gayo le conocíamos por ser parte del grupo Mus que, a principios de siglo, constituía el residuo más lírico y experimental del Xixón Sound. Junto a Mónica Vacas construían ambientes sonoros que los emparentaban con la neblina de Acuarela o la distorsión eléctrica de las bandas francesas que importaba la distribuidora Green Ufos.
En 2009 parte a Buenos Aires y Gayo hizo submarinismo vital en el cine y la poesía, publicando dos libros y coordinando distintos ciclos. Ahora, en su primera novela editada por Caballo de Troya, recorre el camino inverso: desde una gran urbe latinoamericana vuelve a su Asturias natal. Fran Gayo relata una primavera distópica, de enfermedad y paranoia, la postmodernidad hecha ciudad, monstruo de calles y parásitos mientras su literatura busca entre los recuerdos de la convulsa sociedad española del verano del 36.
La Guerra Civil es un monstruo que golpea las puertas del país, como lo harán los lobos antes de entrar en París, como en la canción de Sergé Reggiani. Una canción de 1967, espíritus que recorren Europa y compran pasajes para cruzar el océano. Cuando los hombres pierdan las ganas de vivir y todo les dé igual, serán los fantasmas los que tomen el control de la situación y se desperdiguen por el mundo. ¿Así que ves fantasmas? Cantaba Julio de la Rosa… lamento la tensión, así comenzaba la idolatría.
Personajes que se difuminan como si la goma de borrar de la historia pasara por encima. El papel rajado, la máquina de escribir confundida. El diario apócrifo de un superviviente que escribe hoy de lo que sucederá mañana mientras mira de reojo las cosas que dejamos atrás. En las cunetas o en las bocas intubadas, como si aquel plástico fuera la moneda para Caronte.
