El amor como filosofía, más allá de lo carnal o lo eléctrico. El Tema, así, con mayúsculas, al que se enfrenta Agustín Fernández Mallo en su nueva novela. La intimidad de la habitación y la poesía como tecnología para el reciclado sentimental.
Qué: Libro (Seix Barral)
Como un enamorado Roger Penrose, busca desvestir a la mujer antes que al emperador, los drones del fuego escrutan el corazón de los dioses en una Venecia que parece proteger los secretos de la Atlántica: ordenadores cuánticos activados por tarjetas perforadas resistentes a la toxicidad del agua encharcada. Un profesor de latín, una escritora, ambos abandonados a los extremos del amor, el espíritu y el físico mientras el futuro devora la sociedad al otro lado de la ventana.
Agustín Fernández Mallo encuentra las raíces del amor en las desigualdades mínimas que dejan los elementos inestables al descomponerse, mientras la banda sonora del nuevo Panteón es una hermética versión de Higgs Boson Blues de Nick Cave & The Bad Seeds. La partícula de Dios es la del amor, el transhumanismo puede ser pulpa de papel o un relojero ciego montando las piezas al ritmo de su corazón engatusado por un bot de Tinder. El amor es interés, pero para ver hay que iluminar y eso aparta el cuerpo ajeno, es un Principio de Incertidumbre de Heisenberg basado en fórmulas sobre fotones extraídas del Cantar de los cantares.
Al final, el recuerdo acaba siendo el resto favorito de todas nuestras relaciones y debemos interpolar lo que conservamos, como en un proceso de compresión de audio, un archivo mp3, donde convertimos las rupturas cuantitativas en redondeces cuánticas. La poesía fluye en cada definición de amor que Agustín Fernández Mallo desliza en esta novela, una de sus mejores obras, visceral y lírica, pero sin perder ni un ápice de la valentía con la que inyectó el gen mutante en nuestra literatura hace ya dos décadas.