El disco número trece de Babasónicos, la mejor banda del rock argentino, experimenta entre la oscuridad narrativa y las melodías luminosas. Adrián Dárgelos planta bandera desde su lugar y resiste los embates de la industria y la exigencia de los nuevos sonidos.
Qué: Disco (PopArt)
No es fácil asumir que todos vamos a morir mientras bailamos. Pero Dárgelos, en su fiesta compositiva sin fin, lo logra. El cantante de Babasónicos se comporta metodológicamente como el escritor argentino César Aira y mantiene el misterio musical de sus ideas existenciales como Indio Solari. Dos referencias que a muchos pueden escandalizar pero que sirven para entender el bosque narrativo que la mejor banda del rock argentino del Siglo XXI despliega desde la edición de Pasto en 1992.
Una buena forma de entender Trinchera es agrupar los discos que salieron después de Infame (2003). Cinco LPs que parecen montarse entre sí pero que, finalmente, la música pop barroca de la banda convierte en dialéctica personal. Otra forma de entrarle al disco número trece de Babasónicos es prestarle atención a las guitarras durante la primera parte. Esa es una manera de entender que a la oscuridad compositiva se la puede acompañar con melodías luminosas.
Pero además que también pueden ejercer el power pop y la canción rock a través del sonido de las cuerdas sin demasiados arreglos desde los teclados, programaciones y sintetizadores. Una marca registrada que estalló con Jessico (2001), su disco consagratorio. Por eso, quizás, Dárgelos piense en la trinchera conceptual y práctica. Una forma de resistencia de la primera guerra mundial, esa en la que su banda ya estaba dispuesta a ponerle el pecho.