Rocío Márquez y Bronquio presentan Tercer cielo, un nuevo tatuaje para una generación de sedientos que disfrutan del expresionismo abstracto del flamenco para el Siglo XXI.
Qué: Disco (Universal)
Menos de veinte temas, sesenta y dos minutos de tiempo. Leyenda de la tercera dimensión, más allá del tiempo y el espacio, llega la poesía. El salto entre los temas es como tomar aire, breve muerte, el salto mortal, un interludio cojo y desvarío, como si fuera una sola canción.
Tercer cielo, el trabajo de Rocío Márquez y Bronquio, más que un disco es una oración, fractal y eterna, piezas de un cristal reconstruido que refleja lo más puro, el panteón donde se mezcla lo orgánico y lo artificial para crear una forma especial de entender el flamenco. Pureza mezclada, contradicción flagrante, pero esa es la base del cante, mutar para mantener la esencia del cambio.
Escuchar Exprimelimones con sentimientos hipnóticos, como una radio con las pilas famélicas, que se desplaza en un dial pleno de percusiones, tribus de las calles, voces que son afonías, duendes que echan sal en las heridas… o el aliento lorquiano, la muerte de José María Hinojosa, el acelerado ágape maldito de Niña de sangre donde se nota el trigo salvaje y la tierra sedienta, un órgano que marca el ritmo como una saeta dedicada a San Jesús de la Rosa, con taconeo de metales y la malaventura.
Tercer cielo es una abstracción del flamenco más que una mezcolanza, con esa parte de expresionismo gestual donde caben Burial y Antonio Arias o para las generaciones más cercanas el fraseo urbano de Rosalía que llega en vía directa a través de Ojos de Brujo o la Mala Rodríguez.
La rumba del cáñamo se pega en La piel, voces atrapadas en un disco de metal, parafonías de los duendes de Bernarda de Utrera o ese sonido de caño roto futurista al modo de Las Grecas en Un ala rota, donde la psicodelia de Gualberto aparece sintetizada en unas cuerdas de nailon que emulan el sabor de las minas de los satélites de Saturno.
Las vísceras del príncipe del Albaicín aparecen en Prefiero la muerte con una rítmica mineral que nos recuerda a un canto de sirenas tratado para que el amor y la muerte se mezclen. Pistas de repetición, platos amalgamados, cualquier ángel que trate de evadirse quedará atrapado en cortes como Mercancía.
No hay manual de estilo que no merezca ser quemado o seguido al pie de la letra, arcilla que brilla como el diamante, papeles donde aparcan letras y, entre las palabras, el canto. Este disco, Tercer cielo, será el tatuaje de una generación de sedientos. Disfrutemos.