La zaragozana Carmen Ruiz Fleta entrega en su nuevo poemario, los versos definitivos de una generación: la que vivió el final del siglo con fuerza juvenil y resistió pandemias y crisis sin libro de instrucciones. Una poeta que se resiste a dejar de serlo. Un libro que permite entender que el amor absoluto se puede encontrar en la ausencia y la presencia.
Qué: Libro (Prensas Universitarias de Zaragoza)
Los secretos de los demás es un libro de pérdida y de presencia, de ausencia y de compañía. La despedida del padre, un cascarón vacío en sus últimos días que solo existe en el retorno que permite el espejo de su familia: «Las venas moradas son acequias de memoria que no llevan caudal».
La poeta traza un viaje homérico que construye en un Mediterráneo con las calles de Zaragoza. Recorríamos casi de memoria las arterias de la ciudad con los ojos cerrados, mirábamos lunas como se miran tangos, abríamos cajas como si atáramos hilos, mezclábamos vodka como si fuera zumo de naranja: cantamos las canciones y vimos morir a los cantantes.
El amor es un compromiso con el mañana, nunca con el ayer, eso queda perfectamente definido por unos versos magníficos como «Tantos años dedicados / sistemáticamente, / a volar todos los puentes». La familia, los hijos, de la generación que espero demasiado.
La poeta dibuja la belleza de la tos, de los mocos cíclicos, de construir un dique que detenga el tiempo y nos deje a todos atrapados en la burbuja perfecta mientras olvida (olvidamos) que un día nuestros padres fueron nosotros y nosotros crecimos y crecimos, escapando para volver: «Celebremos la familia que nos arroja la justa medida de lo que somos».
Un libro donde volvemos a encontrar las pistas en el camino de la obra de Carmen Ruiz Fleta: baldosas amarillas, derivas y ese análisis de la existencia que se basa en la resistencia ante la tragedia del mundo. Carmen es una poeta de la pelea, no porque busque la violencia, lo es porque nunca se rinde y, en cada manuscrito, desbroza la jungla de su existencia, una y otra vez, como Sísifo, como su mismo poema: «Subo la cuesta / llamo al timbre / espero que me contestes / una y otra vez».
