Lo nuevo del dominicano Vicente García complica un poco más (si cabe) el análisis de su obra. ¿Cuántos años tiene este muchacho? ¿Vivía ya cuando los padres del tropicalismo y la impronta Caribe empezaban a apañar sus conceptos? ¿Vivió ya cien años? ¿Le ponemos epítetos a la belleza que crea, o vale más la pena sentarse simplemente a escuchar, con la cabeza despejada, descalzos, pisando arena, dejando que las notas hagan su trabajo de mecedora espiritual?
Qué: Disco (Sony Music)
Camino al sol, dice que va, y necesita olvidarlo todo. Aplica el muchacho la confianza ciega al mezclar los elementos de su fórmula, y deja que el líquido en el matraz vaya cambiando de color, dibujando cada burbuja en una imperfecta sucesión de perfecto resultado. Comenzar un disco con un tema como el homónimo de este Camino al sol es casi criminal. ¿Qué hace uno tras someterse a ese sonido brujo? ¿Es posible escribir sin abrir y cerrar interrogantes de una manera compulsiva? ¿Y ser objetivo una vez que el alma ha sido zaherida por esa canción?
Sí, se puede. Obama dixit. Pero quizá el esfuerzo no vale la pena. Como que cuadra más el surrender gringo. Vicente García lleva muchos años siendo un cantor superlativo, desde sus primeros escarceos funk en Calor urbano, la relocalización en Colombia y el aporte andino a su bagaje, pero si todo el sendero conducía al trabajo que acaba de presentar, puede afirmarse sin rubor que en 2022 ha dado el do de pecho.
Desvanecer es otra barbaridad; ahí hay ecos de su querido Juan Luis Guerra, papá musical, el tío que siempre llega con los regalos, pero también asoma Rubén Blades en su lado más dulce, y Jorge Drexler, y José González, y Kingman cuando hace música de la que llueve; en Circles Of The Sun se otea al Robi más melancólico, incluso a ese rara avis de Borinquen llamada Ignacio Peña, con un «chininín» de la psicodelia que Os Mutantes regalaron al cosmos… no obstante, sería injusto regar de similitudes el comentario, cuando lo que emerge de verdad es Vicente a secas, el cantante hecho y adulto que sin esconder su rostro aniñado exhibe ya hechuras de tipo bregado en mil batallas incruentas.
En Jugar a vivir aparece el campo dominicano, porque tiene que aparecer, porque a Vicente le late allá adentro el atardecer a la puerta de un conuco y la caminata por las laderas de Jarabacoa, donde brotan las flores que luego adornan las casas gringas. La guitarra sublime y los juegos vocales de altísimo nivel ponen la guinda. El cierre del EP llega con Saber fluir, un mapa de la vida fructífera que trasciende las paulocoelhadas y se asienta en la reflexión serena. «Atabey tu sabrás llevarme al manantial / y entre estrellas nadaremos / entre nubes», dice Vicente. Poco más que añadir. Un pero al vate: a ver qué hace usted después de esto para superarlo…