Entablando un diálogo entre el folclore chileno, el pop y la electrónica, la compositora Dulce y Agraz entrega nueve canciones que son también poemas; un trabajo de autoconocimiento que invita a ahondar en las raíces, los miedos y el amor.
Qué: Disco (Lanzallamas)
Lejos de proponer hits, Dulce y Agraz entrega en su nuevo disco un poemario. Con él, la joven artista se aleja de los requerimientos de la industria y apuesta por una búsqueda muy personal que quizá no la lleve a incrementar sus números en Spotify, pero que deja en evidencia su crecimiento como autora de la mano de una poesía sensible y profunda que se acompaña de un sonido suave, cálido como el abrazo de una abuela, de una madre.
Albor es el segundo disco de Dulce y Agraz. Del anterior, Trino (2018), conserva el germen electrónico, pero vuelca la mirada hacia otro lado, hacia más adentro, como buscando las raíces. En sus nueve canciones no hay estribillos pegadizos ni beats intensos, sino más bien hay un intento –exitoso– por traducir sonoramente la imagen del sur de Chile, con su olor a tierra mojada y sus atardeceres arrebolados; con sus múltiples historias pequeñas pero colectivas, latentes, expansivas; sufrientes en muchos casos.
El folclore chileno –sus métricas y melodías, especialmente– dialoga aquí con atmósferas electrónicas y con los destellos pop que deja en el aire la voz de la compositora, quien libera un canto joven y sensible, de textura tersa y hoy reconocible dentro de la música de su país. Así, canciones como La luz se desintegra (que abre el disco) o En el sol que se amanece son buenas muestras de la experimentación sonora y lírica que Daniela González propone como parte de una investigación artística e interdisciplinaria que comenzó durante la pandemia y que la ayudó a purgar angustias y dolores.
Ella y Entre las sombras –las dos canciones que cuentan con colaboraciones de artistas chilenos ligados al folk y al pop, como Mora Lucay, Chini.png y Nando García– continúan con la línea más pop mostrada por la música y poeta en su álbum anterior. Sin embargo, se revelan en estas letras reflexiones con una profundidad nueva que tiene que ver con los aprendizajes recientes sobre la herencia, la sangre, el archivo íntimo y sustancioso emocionalmente; una búsqueda creativa para sanar y transformar los círculos de dolor que hay en las historias familiares.
Con su propio estilo, Dulce y Agraz decidió homenajear sus raíces, las luces y –especialmente– las sombras que éstas traen consigo. Presentado como un álbum de carácter conceptual, Albor termina siendo mucho más que eso; se comparte como un manifiesto, un cuadro en movimiento, un viaje existencial. Como un rompecabezas de la primera luz del día.