Retorna Cabiria con su muestra discográfica más inspirada hasta el momento. Un EP de cuatro canciones que responde al nombre de Nicomáquea, que la eleva a una nueva fase de su prometedora carrera.
Que: Disco (El Volcán)
Había expectación por comprobar cómo iba a progresar la carrera de Cabiria, qué salto nos iba a deparar dentro de su incesante propulsión hacia las alturas. Desde luego, con este trabajo no sólo ha cumplido las expectativos, sino que las ha superado totalmente. ¿El secreto? Algo tan simple como contundente: una producción de altos vuelos, ambiciosa, ajena a los planteamientos bedroom pop más manidos de hoy en día, con una fórmula que desprende fantasía por los cuatro costados.
Por ejemplo, en Una costumbre ancestral resuenan ecos synthpop de tono francés achampañado, con la sombra de unos OMD funk en modo Gainsbourg. Poca broma. Semejante demostración de sus renovados poderes expresan la realidad relativa a este EP. Y no es otra de que estamos ante algo más que un divertimento o puente entre álbumes. No, Nicomáquea desprende una sensación abrumadora de crecimiento. Uno para el que han diseñado una producción que incluso desprende ecos de ABBA o la yacht music, facturada en los años 70. Dichos ingredientes refulgen con gran fuerza Museo Chinsekikan, en la que comparte acciones vocales con Marcelo Criminal.
Por su parte, en Gelato dell’Inferno llega a recordar al Lucio Battisti de su era tecno pop, con un final arrancado del libro de estilo de Moroder. Miel para los oídos para otro anzuelo de alta graduación.
La sensación de habernos sumergido en una delicia melancólica veraniega queda subrayada en Ave del paraíso. Este último hechizo también está invocado por Joe Crepúsculo, que suma su presencia a un nuevo tesoro dentro del repertorio de una Cabiria que ha sacado adelante lo que podríamos entender como uno de los EPs del año.