El experimentado periodista musical barcelonés Nando Cruz habla en su flamante obra de la nueva gran mentira del rockandroll: los macrofestivales, y de ellos como el agujero negro de la música. Eventos donde lo creativo, la cultura y el arte quedan arrinconadas frente a la corrupción moral, el ansia de beneficios y el oprobio medioambiental.
Qué: Libro (Península)
Lo que fue un fenómeno que revitalizó, que modernizó la España de los 90, aquella acumulación de bandas y solistas en escenarios idílicos se ha convertido, con los años, en un circo de moral reprochable, de degradación de la naturaleza, una sucesión de corruptelas e intereses políticos, haciendo que la música, lo único importante, se degrade hasta convertirlo en lo más parecido a las últimas horas del penúltimo día de la festividad patronal de un pueblo ignoto.
«Este libro intenta explicar cómo hemos llegado hasta aquí. […] Por qué pasaron de ser eventos esporádicos y se han erigido en el formato principal de consumo de música en vivo de nuestro tiempo. Cómo y gracias a quién han capitalizado el negocio de la industria de los conciertos. Cuándo dejaron de ser un dolor de cabeza para los ayuntamientos y se convirtieron en su objeto de deseo. Y en qué momento ese objeto de deseo volvió a transformarse en un serio problema para las ciudades»
O a la acumulación de anglosajones hartos de alcohol barato y pollos a medio cocinar. Aquella vaca en los Pirineos que veía por primera vez a Lou Reed y David Bowie en un escenario, la aparición de Neil Young y Placebo en la curva Ángel Nieto, las propuestas marcianas de los primeros Primavera Sound u homenajes al Niño Gusano en Extremadura… de la ilusión de unos pocos a la especulación de muchos, de la idea de poder mezclar vacaciones y música a un paquete completo donde cientos de miles de personas hacinadas, corriendo de un lado a otro con bocadillos tan caros como resecos en la mano, sin saber muy bien cuál de todos los escenarios es la zona del bufet libre que quieren degustar.
«[…] Los festivales están dispuestos a pagar más de lo que vale el grupo. ¿Tiene esto algún sentido? Por supuesto. En épocas de alta rivalidad entre festivales y en veranos con pocos grupos de primer nivel en gira, el precio de las bandas disponibles sube. Por otro lado, contratar a un grupo de gran nivel no solo te permite vender abonos y, con suerte, recuperar la inversión: también te permite posicionarte en el sector de los festivales, adquirir prestigio frente a posibles patrocinadores y dar a entender a las Administraciones Públicas que eres un festival grande y con…, ejem, buen gusto»
Croquetas congeladas, cerveza caliente, alcaldes haciéndose fotos, calor, mucho calor y, sobre todo, tiendas de campaña sobre montañas de basura conformando un espectáculo dantesco de intoxicación múltiple. Nando Cruz sabe de lo que habla, estaba al principio y sigue estando ahora, cuando la burbuja sigue creciendo, aun cuando se ven las costuras a punto de reventar, cuando ya existen documentales que avisan de que el salto entre la diversión y la catástrofe es una chispa de cerilla sobre gasolina sedienta. La investigación de Nando Cruz tiene el sello de lo riguroso. Desde distintas perspectivas, busca quitarle la máscara a la realidad edulcorada, arrancar las capas de una cebolla anestesiada por el sonido alto y las sustancias cortadas. Todo es felicidad y publicidad, turismo y fotografía. Pero este es el primer aviso.
«[…] En un festival con veinte grupos es poco probable. En uno con doscientos, las probabilidades aumentan. Si tienes suerte, no coincidirán. Pero estás comprando un abono confiando en la suerte. Y la entrada será más cara cuantos más grupos actúen. Al aumentar el precio de la entrada, aumentan las probabilidades de perderte a alguno de tus grupos favoritos. En los macrofestivales, y en cuanto a probabilidades, más siempre es menos»