Cercana y paranoica, entre el Chaco y el conurbano bonaerense, ahí donde triunfa Mairal y Rodrigo Fresán no se atreve a entrar. Eso es La infancia del mundo, de Michel Nieva, una distopía argentina editada por Anagrama.
Qué: Libro (Anagrama)
Directo y salvaje, con mapas explicativos, como esas antiguas revistas de videojuegos a casete. Con guiños a George Langelaan y otras historias del Antimundo. Como un Cronenberg austral: cuando las Malvinas están sumergidas no le importan a nadie. Ahora el mundo es un compendio de simulaciones truchas que uno puede comprar en un tianguis.
El tiempo detenido en un espacio sensitivo y artificial. Michael Nieva juega con los años y la sangre. Y el hambre: los alimentos prefabricados, la comida chatarra, las conservas con química, los excitantes saborizantes. Entre la incontrolable utopía de privilegio y las pasiones entomólogas del siempre tóxico William S. Burroughs. Michel Nieva nos ofrece un compendio de fragmentos, un puzle que termina encajando en esta novela que está a la altura del J. G. Ballard de El mundo sumergido o Compañía de sueños ilimitada.
Un libro que puede parecer un tratado psicótico sobre la maternidad y, a la vez, sobre la lucha de clases. Latinoamérica es el nuevo paraíso de la ciencia ficción anticipatoria, por eso La infancia del mundo ofrece algo de sexo disforme, mutaciones no binarias, ficción ralentizada por una tecnología mal copiada, la vida como ingeniería inversa, torsiones temporales que hacen que las cajas dejen de encajar dentro de otras cajas. Como diría Philip K. Dick… unos vivos y otros muertos. Y es difícil distinguirlos.