El sello catalán Petit Indie ha editado en Europa Rey Loj, el disco que sacó al mercado a finales de 2015 Pascuala Ilabaca. Una artista singular, torrencial y desopilante: la espectacular puesta en escena de la chilena se conjuga además con el bagaje de una vida nauta, rica en experiencias, el amor a sus raíces y la reverencia por los referentes de la canción chilena de hace medio siglo, con especial incidencia en su adorada Violeta Parra. Su actual gira por España llega de la mano de la Asociación de Intérpretes y Ejecutantes (AIE), tras llevarse el premio Pulsar en Chile como cantautora del año.
La frase «una vida de película» casa perfectamente con la estancia, aún breve, de Pascuala Ilabaca en la Tierra.
Es cierto que me crié en contexto de viaje. Nací en la ciudad catalana de Girona en los años de la dictadura chilena. Mis padres, artistas visuales ambos, tuvieron que salir de allá cuando Pinochet. Al volver quisieron redescubrir la poesía del país, que habían abandonado apresuradamente y con amargura. Compraron un auto y vivimos varios años en la carretera, de fiestas en fiestas: mis padres pintaban, y yo me fijaba en todo. Recuerdo una estampa del desierto de Atacama con mi padre pintando a los niños del lugar, y yo abriendo los ojos con las comparsas, trajes, fanfarrias, danzas, máscaras… de aquellos recuerdos brotó una afectación positiva, la de descubrir la música con trasfondo tradicional e incorporar esos vestigios de cultura, desde el vestuario a la danza, la idea de juego, la iconografía, los colores…
Tu desempeño escénico pide color. Lo mismo ocurre con el acordeón.
Aunque estuve todo el año girando con el último disco, Rey Loj, ya hay muchas canciones nuevas en mi canastito, y sí llevan colores puestos. Vienen inspiradas por una investigación de la música que nace del movimiento, ritmos que surgen de la celebración y el disfraz en la calle. Al acordeón le corresponde ahí un sitio natural: además, si te fijas, tiene forma de mochila, así que el desplazamiento es natural para el instrumento: llevo diez años en la ruta, una vida de compañía con algo de circense, que me emociona.
Violeta Parra es una constante en tu carrera desde el primer disco.
Estaba estudiando música en la universidad cuando me declaré literalmente violetoparrista; de hecho, me dediqué a buscar más gentes con el mismo sentimiento. Lo que le pasó a ella o a Víctor Jara, ese padecimiento en su tierra, que te obliguen a esconder tu obra y te entierren el sentimiento junto con la vida, es una injusticia histórica además de algo criminal. Sentí que debía acariciar de nuevo estas figuras, sacar los vinilos de la tierra y ponerlos en templitos.
«La idea de la pureza, para mí, está en la mezcla más que en la vía única. Estamos expuestos constantemente a todo tipo de influencias, y eso es muy bonito. Somos de todas partes y de ninguna»
Es un sentimiento patriota, que no nacionalista. ¿Por qué se confunden tanto estos términos?
Ciertamente, los jóvenes ahora en Chile ven ese sentimiento tricolor, casi militarizado. Violeta te golpea en la cara, pero lo hace sin notas de nacionalismo. Además, fue una artista multidisciplinar: además del poema cantaba, bordaba trajes, hacía ballet: una figura femenina muy importante a la que aludo en mis espectáculos, como hago con otras mujeres fantásticas como Gabriela Mistral. Para mí, este nuevo viaje a Europa supone la ocasión de mostrar mi aporte a la nueva generación de artistas chilenos. Además, el centenario del nacimiento de Violeta Parra es el año que viene y eso trae una nueva responsabilidad. Ya desde pequeña asumí ser su intérprete y defender su trabajo en profundidad, no quedarme en dos o tres canciones. Me obsesionaba la obra más escondida. He trabajado estrechamente con la Fundación Violeta Parra y con sus hijos: de hecho, el día 22 de octubre estaré en el Womex con la propia Isabel Parra y la orquesta de Cámara de Chile. En mi concierto habrá un elenco de bailarines que ejecutan la lengua de señas para las personas sordas: tradujimos la poesía de Violeta para que los discapacitados auditivos la entiendan. Es una iniciativa que me tiene muy emocionada.
Los Andes es un cordón sagrado para América del Sur. ¿Hay que reactivar su potencial conector entre los pueblos que toca la cordillera?
Hemos perdido mucho misticismo andino por la degradación de las religiones y la acción de las figuras políticas: hay desencanto. Como digo en Rey Loj, el tiempo y el dinero reinan sobre la filosofía. Los Anden nos unen, de Colombia a Chile; esos ritmos que emanan de las montañas son para mí un alimento, sobre todo a la hora de componer. Bolivia y Perú sí conservaron bien su cultura indígena, Chile no tanto.
La cumbia llegó de Colombia, pero también es chilena; hay cosas que hemos perdido por querer aparentar que somos más desarrollados. Hace un tiempo viajé por el Himalaya y hallé mucha conexión con lo andino, porque la relación de los humanos y la naturaleza, el hombre con la montaña, el horizonte o el viento es algo común a muchos puntos del planeta. Los Andes tienen muchas capas de muertos e historia, momias de dos mil años y momias de detenidos y desaparecidos en Atacama durante la dictadura.
«Estaba estudiando música en la universidad cuando me declaré literalmente ‘violetoparrista’; de hecho, me dediqué a buscar más gentes con el mismo sentimiento»
Tu maridas esos ritmos de la raíz con el jazz, el rock o la clásica.
La idea de la pureza, para mí, está en la mezcla más que en la vía única. Estamos expuestos constantemente a todo tipo de influencias, y eso es muy bonito. Somos de todas partes y de ninguna. Soy de América del Sur y a veces canto en hindi, es mi punto de encuentro o uno de ellos. Hay que abrir la mente.
Hablando de apertura, en Chile hay toda una nueva generación de músicos que frisan la treintena y están exportando su talento por todo el planeta. ¿Qué les une y qué les separa?
Chile es un país muy creativo, es poesía. Me encantaría tener una lámpara de Aladino y pedirle al genio un teletransporte a los 50, cuando coexistían Huidobro, Neruda, Jodorowsky, Gabriela Mistral… la dictadura lo oscureció todo, pero hemos retomado la salud. Mi primer año de colegio en Chile fue 1991, recomenzaba la democracia. De esos años salimos más o menos Camila Moreno, Chinoy, Nano Stern, Me Llamo Sebastián… gozamos de la libertad de expresión desde niños. Aunque aún somos un país retrógrado, nos hemos liberado del miedo. El año pasado salieron de Chile muchísimos discos buenos: recomendaría a Conmoción, a Juga de Prima con su cabaret y el rescate de la cultura de Rapanui, a Demián Rodríguez que antes era boxeador, un tipo de puerto… Gepe y Javiera Mena son más pop, pero desde la gira del bicentenario que compartimos en 2010 salieron instancias muy bonitas, generamos un vínculo genial.
¿Cómo pelea Pascuala Ilabaca contra la tentación de estar siempre en onda? ¿Cómo separa la artista de la persona, la faceta histriónica de la reflexiva?
Somos seres cíclicos. No se puede estar siempre en la punta de la ola. Mi aprendizaje actual como artista es controlar el frenesí de un espectáculo muy «prendido»; la explosión de energía es buena, pero no quiero transformarme en un cómic de mí misma, no hay que perder la fragilidad e hipersenisbilidad de lo íntimo: llevo todo un semestre de regreso a lo pequeño, a lo cercano. Hay muchas cosas que hacer, muchos terrenos baldíos por llenar. Aparte de eso, hay que cuidar la salud, no es bueno encadenar 25 conciertos en treinta días con viajes continuos; yo me cuido, soy vegetariana, hago mi acupuntura… pero me gusta la fiesta, no es excluyente. Lo que sí sé es frenar, para poder comunicar lo que quiero cuando quiero hacerlo.
Rey Loj está editado por Petit Indie.