Pasaron casi veinte años desde la última visita a Europa de Illya Kuryaki And The Valderramas. El contador se pone a cero en unos días, con gira (Madrid, Barcelona, Amsterdam, Berlín y París), una paradita en Roma para rodar un videoclip y la edición en España de L.H.O.N., su disco más reciente. El sonido que soliviantó Argentina primero y todo el hemisferio occidental después en los ominosos noventa está de vuelta en otra longitud de onda, un aterrizaje cercano de este tándem conformado por Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur que respeta lo reconocible de su legado… y se recrea en las nuevas sensaciones adjuntas al hecho de llevar cuatro décadas entre los vivos. Horvilleur da fe del hecho desde Buenos Aires antes de subir al avión.
¿Quién dijo crisis de los cuarenta? Ustedes no comulgan con ese cliché…
Lo de este último tiempo es algo especial, sacando discos, tocando por todos lados. No sé si es cosa de la madurez o, sencillamente, las cosas se fueron acomodando con los años; cualquier reto conlleva un esfuerzo, pero esta gira europea, por ejemplo, se armó de manera muy natural, no hubo que forzarla. El boca a boca funciona todavía. Dimos buenos shows en este lado, la noche de los Grammys… Kuryaki está bien en esta segunda etapa. Ya no somos los pibes de veinte años que separaron sus caminos en el 2000; creo que ganamos algo de inteligencia, Dante y yo sabemos que la nuestra es una marca compartida y tenemos un equipo que la cuida. Podemos seguir sacando cosas como solistas, lo hicimos durante diez años: todo puede convivir.
Cuando comenzó el grupo, los dardos volaban tanto como los aplausos. ¿Es el precio de salirse afuera del redil?
Cuando estaba pasando no nos dábamos tanta cuenta, aunque quedaba claro que algo íbamos rompiendo, por todos esos detractores entre los rockeros de vieja escuela, que seguían cerrados a nuevos aires. Todo eso nos conformó el carácter, trajo más fuerza a nuestras convicciones. Venimos de Spinetta y Fito Páez y Charly García y Soda Stereo, pero también de gente que nos llamó la atención en aquella era previa a Internet como Beastie Boys o Run DMC, además de la fascinación por Michael Jackson o Prince. De ahí se fue formando un sonido. Nuestros padres nos dieron libertad para hacer lo que quisiéramos en la música, y eso nos ayudó a ser valientes. Todo estaba entonces mucho más desierto, así que sentir que estábamos pelando una nueva estética en nuestro entorno era muy adrenalítico.
¿Qué fue lo mejor de esa década en solitario, del camino individual en el comienzo del Siglo XXI?
Si hablo por mí, salir del área de confort y buscar interiormente; quería saber quién era yo, hacer un cambio de piel. Siempre hubo simbiosis grande con Dante y el apellido Spinetta: necesitaba tener claro si podía hacer algo por mí mismo. Llegaron los miedos, claro. En la historia de la música hay muchas bandas que se separan y uno de los miembros queda en el olvido: Wham es un ejemplo. ¿Seré yo? Eso me preguntaba durante un año y medio, que es mucho tiempo; no sabía si seguir con un estilo Kuryaki o dejar salir otras influencias. En el 99 había buscado un galpón cerca de mi barrio, en Villa Ortúzar, cerca de donde vivía Cerati de chico. Ahí armé mi búnker, llevé guitarras y teclados, me puse a tocar; el primer disco lo llamé Música y delirio porque describía mi estado entonces.
«Ya no somos los pibes de veinte años que separaron sus caminos en el 2000; creo que ganamos algo de inteligencia, Dante y yo sabemos que la nuestra es una marca compartida y tenemos un equipo que la cuida»
¿Sigue intacta esa magia entre ustedes dos, aún completan las frases del otro?
Con Dante somos diferentes en muchas cuestiones, pero es obvio que también hay química en muchas otras, sobre todo cuando nos juntamos a hacer una canción desde pedazos sueltos que traemos ambos y, curiosamente, conectan a la perfección, es un amalgama natural: extrañé eso los años en que no estuvimos con el grupo. No es fácil encontrar un compañero de composición así. Creamos algo único: cuando surgió la posibilidad de volver quería sobre todo experimentar esa unión. Todas las cosas buenas que han llegado después son un premio añadido, sobre todo ante el público, en el escenario. La nave vuela, y además han llegado premios, colaboraciones con grandes artistas, siempre cosas naturales que suman a nuestra evolución como artistas.
La fanaticada europea pedía ya un poco de cariño.
Volver después de algo así como… ¿diecinueve años? No sé, es tremendo. En Madrid haremos dos shows, también vamos a Barcelona, Amsterdam, Berlín, París… también pasaremos por Roma para rodar un vídeo.
Desde que la banda volvió han pasado muchas cosas a su alrededor. Algunas fueron especialmente amargas. ¿Cómo lidiaron con las pérdidas?
Bueno, ya escuchaste Águila amarilla, que hace regencia a Luis Alberto Spinetta. Está lo de Gustavo Cerati, gran amigo e influencia; los dos nos regalaron esa piedra preciosa que llevaban como estandarte, la buena música, y por ellos sacamos afuera un montón de sentimientos. No lo digo porque nos consideremos herederos… quizá en parte, pero más bien en el terreno de la energía, fue una transmisión de fuerza. No es una responsabilidad, porque no pesa; somos hijos de la música, la vivimos.
A los de «cuarenta y» les empieza a tocar el papel de consejero. ¿Cómo llevan esa tarea?
Bueno… todas las vidas son diferentes. Aconsejamos a quien lo pide, si puedo tirar una onda la tiro; luego el que escucha puede ser receptivo o no. El mejor consejo siempre es que aquellos que empiezan hagan lo que les gusta, aún más en esta época llena de música de productores, con los caminos ya predibujados. Hay que elegir el destino propio, tener ojos y oídos abiertos pero no descuidar la personalidad: ¡qué mejor que ser uno! Los tiempos cambiaron, cuando empezábamos no existía esta democratización que trajeron las redes sociales; sí, por un lado te marean, te vuelves adicto a boludeces, pero también son una plataforma excelente para mostrar cosas buenas. Hay muchos músicos de veinte años con un gran nivel aquí, aprendemos de ellos.
«Los tiempos cambiaron, cuando empezábamos no existía esta democratización que trajeron las redes sociales; sí, por un lado te marean, te vuelves adicto a boludeces, pero también son una plataforma excelente para mostrar cosas buenas»
Aconseja entonces… música actual en América Latina para emocionarse a cualquier hora.
Estoy pensando en alguien con quien me gustaría compartir en estudio: Álex Anwandter de Chile, me encanta lo que hace. En Córdoba, que siempre fue conocida por la música de cuarteto, está Discos del Bosque con un catálogo magnífico: De la Rivera, Hipnótica, Rayos Láser, Valdés… el otro día escuché a Coral Casino y su reggaetón tan jamaiquino, una mezcla chula. Tengo un hijo de doce años que me muestra cosas en contiendas de raperos, como Arkano, PXXR GVNG, Violadores…
Sigue manando arte del subsuelo argentino. No hay situación sociopolítica o socioeconómica que seque el pozo.
Fijate que tenemos una historia larga en lo referente a que el arte plasme la situación social. Las carencias están ahí: siguen haciendo falta lugares para tocar, espacios para el arte en general: el problema y la suerte es que el músico argentino siempre se las arregla, hemos sido sobrevivientes más allá de gobiernos y angustias, incluso con militares ultrarrepresivos existía Serú Girán hablando verdades. A estas alturas, uno quisiera estar más contento en el día a día con las situaciones relacionadas con la expresión cultural, pero sigue siendo difícil para el artista: no puede haber quilombos como cargar contra las drogas de diseño queriendo suspender un show de Kraftwerk, es casi tragicómico, pero somos así. Hay que seguir dándole: no nos paran tan fácil.
15/2 – Barcelona (Sala Apolo) + Nortec Collective: Bostich + Fussible
17/2 – Madrid (Teatro Barceló) + Nortec Collective: Bostich + Fussible
18/2 – Amsterdam (Helemaal Melkweg)
19/2 – Berlín (Club Yaam)
20/2 – París (Pan Piper)