La referente de la canción pop rock iberoamericana Christina Rosenvinge acaba de lanzar su décimo trabajo Un hombre rubio, donde redobla su apuesta feminista. Además y en consonancia, en esta entrevista se cruzan hitos de su diversa trayectoria: desde Lou Reed, Elliott Smith y Sonic Youth, hasta la profesora de canto argentina Lidia García y la activista hondureña Berta Cáceres.
Resumir la historia musical de Christina Rosenvinge es un atropello: está llena de jirones y detalles suntuosos en torno a bandas, inspiraciones, emociones álgidas, discos e intereses elevados imposibles de generalizar así sin más. A la hora de conversar, su voz es dulce distensión, en contraste con la gravedad que atraviesa Un hombre rubio. Observadora sagaz, su universo rebasa la mera atención sobre la música relevando un compromiso esperanzador. Aquí un extracto de una extensa conversación en la víspera del verano en Buenos Aires.
Christina Rosenvinge Hepworth nació en Madrid, hija de daneses, primera generación de exiliados nórdicos por romanticismo. Sus antecedentes remiten al eclipse de La Movida madrileña de los 80 de la mano de Ella y Los Neumáticos y Álex y Christina. Al rememorar su adolescencia, hay un indefectible link con el Río de la Plata: «Es una historia graciosa. Una profesora de canto argentina me dijo que yo no tenía facultades para cantar, porque no tenía potencia. Soy un poco pequeñita y mis músculos son débiles y decía que mejor tocara un instrumento. Sin embargo, otra profesora de canto argentina, la foniatra Lidia García, se enfadó muchísimo con la primera y dijo “no sabe nada, no tiene ni la menor idea, la voz no está en el cuerpo, está en el alma y tu alma es hermosa”. Con ella estudié durante unos años y me enseñó un entrenamiento físico bastante duro, pero que me ha mantenido en forma todo este tiempo».
La resonancia de sus primeros proyectos fue un géiser: fichaje con multinacional, trato de estrella, opulencia de la industria. Sin embargo, Christina no quería convertirse en un producto de consumo masivo y el asunto decantó en Christina y Los Subterráneos, donde fue «un poco cantautora porque la banda eran músicos que iban y venían». En los primeros 90 registró Que me parta un rayo con Pancho Varona, músico de Joaquín Sabina, un álbum de pop rock que se convirtió un clásico en España, Chile, Perú, México y Colombia. «El disco siguiente (Mi pequeño animal) lo grabé con Steve Jordan, batería y coproductor de Talk Is Cheap y Main Offender de Keith Richards. Es un disco de rock muy crudo, que no le gustó a la industria porque no sonaba brillante ni bonito, si no que era mucho más oscuro. Andrés Calamaro era el corista y ahí contactó con Steve, con quien más tarde grabó Alta suciedad», descifra Rosenvinge.
«Las mujeres europeas –los hombres también– tenemos muchísimo que aprender de las mujeres indígenas que llevan practicando economía sostenible y un montón de cosas que ahora suenan a vanguardia en Europa, y que ellos llevan practicando desde hace miles de años»
La necesidad de encontrar un cauce más allá de las lides del mainstream tuvo pronto asidero. ¿Qué sucedió para que una chica española tuviera a dos Sonic Youth en su banda por años? «Fue por un encuentro. Acompañé a Ray (Loriga), que era mi pareja, a un festival en Holanda y coincidimos en el escenario con Lee Ranaldo. Éramos un poco sus teloneros», resume Christina sobre la primera coincidencia, en ocasión de una performance literaria. Y agrega: «tiempo después fuimos a Nueva York y nos hicimos muy amigos. De esa amistad, empecé a conocer al resto de la banda, de la escena en Nueva York. Steve Shelley (batería de SY) me propuso que fuera a un ciclo de cantautores que él estaba haciendo en el club Tonic y fui con unas canciones en inglés. Toqué con él y otros músicos que habían participado en Cerrado, que fue el disco que había producido Lee Ranaldo como resultado de toda esta interacción, de esta amistad. Y lo que iba a ser un fin de semana y un mes de estancia, se transformó en casi cinco años».
«No repetir esquemas clásicos. Tener confianza en tu visión interior y hacer las cosas sin ataduras. Es decir, si algo se te ha ocurrido y es algo muy arriesgado y piensas que nadie lo va a entender, lo tienes que hacer» es una de las sentencias que la artista madrileña lleva siempre presente tras el cruce con los adalides de la juventud sónica. El devenir neoyorquino se tradujo en tres discos en inglés y anécdotas en las que resuenan colaboraciones y cameos en la escena subterránea (y no tanto) junto a Stereolab, Sean Lennon y Cibo Matto. ¡Y hasta fue telonera de Elliott Smith! Ese cantautor con traza de hombre común y canciones esplendentes y trágico final. «Fue en el Knitting Factory y querían hacer la Anti Nochevieja, la Nochevieja más íntima y melancólica posible y nos escogieron a nosotros dos. Salí con una guitarra española y toqué unas cuantas canciones y luego salió él, fue muy bonito» detalla Christina con añoranza. Y en enlace con la buena fortuna, hubo también un espectador estelar: «una noche tocando en un club apareció como público Lou Reed. Vio todo el concierto y al final me dijo cosas increíbles como “tu acento me recuerda al de Nico”».
Su regreso a España fue de la mano de Continental 62, y al tiempo grabó Verano fatal a dúo con Nacho Vegas: «me fui a Gijón y escribimos el disco en una semana y luego volví a la semana y grabamos. Ese disco fue muy “aquí te pillo aquí te mato”, muy precipitado». Y el resultado más equitativo que los de la dupla Biolay Mastroianni y Campbell Lanegan. Hacia 2008 publicó Tu labio superior y en 2011, La joven Dolores, disco que contó con las colaboraciones de Benjamin Biolay y Georgia Hubley de Yo La Tengo. Significó el regreso de Rosenvinge a las giras iberoamericanas y la nutrición proveniente de otras voces: «así he descubierto a Kanaku y El Tigre, a Fernando Milagros –con el que he colaborado– y luego a Camila Moreno y Juana Molina. Ellos han hecho lo que yo intento hacer a mi manera también: juntar tu raíz o tus referencias sonoras, incorporar vanguardia y folclore». Esa mixtura es notoria en la apertura de Lo nuestro (2015) con La tejedora: «me faltaba un estribillo y en Perú me llevaron a ver unas danzas indígenas y vi a unas mujeres emitiendo gritos, entre locos, histéricos, amenazantes y alegres, y se me quedó adentro y esa misma noche en Huacho finalicé la canción».
«No repetir esquemas clásicos. Tener confianza en tu visión interior y hacer las cosas sin ataduras. Es decir, si algo se te ha ocurrido y es algo muy arriesgado y piensas que nadie lo va a entender, lo tienes que hacer»
¿Y qué hay del flamante Un hombre rubio? Se compone de nueve canciones (en su mayoría escritas como si se tratara de un hombre) donde prima una óptica feminista, o bien cabe hablar a esta altura de “feminismos”, por sus aristas diversas y plurales. Iberoamérica y el globo bullen en torno al #8M y el #NiUnaMenos, pues el 8 de marzo se realizará una nueva huelga mundial de las mujeres. «El género está presente en realidad en toda mi discografía, siempre hay un trasfondo feminista. En este nuevo disco he intentado meterme también en otra vía, a través de la canción Romance de la Plata (se puede ver online la performance realizada el Día de los Muertos), que me reconcilia con mi padre, que murió cuando yo era muy joven y con el que tuve una relación muy conflictiva», detalla con mesura. Y profundiza: «el género no debe ser entendido como blanco o negro, no hay solo hombre y mujer, si no que hay un montón de combinaciones intermedias y ninguno somos realmente “puros”, ¿no? (…) Los temas que trato tienen que ver con la masculinidad antigua que pesa tanto sobre los hombres, incluso ahora. La idea de que un hombre es una roca, de la incomunicación emocional y de la soledad, que es la parte más pesada y opresora de la masculinidad y que recae sobre los hombres. Tengo dos hijos varones y no quiero que hereden ese sentimiento».
Berta Isabel Cáceres Flores fue una líder indígena lenca de Honduras, activista feminista y ambientalista, luchadora incansable, asesinada en marzo de 2016. Rosenvinge le brinda un homenaje con una lírica excepcional y consecuente: «vi el discurso de Berta Cáceres cuando le dieron el Premio Medioambiental Goldman y me impactó tanto la potencia y todo lo que decía. Oí la voz del futuro y en su memoria escribí Berta multiplicada. Desde entonces empecé a indagar sobre Cosmovisión y estoy ahora en el estadio preescolar, quiero saber más. Sintéticamente, es la idea de que pertenecemos a un todo y que la naturaleza vela por nosotros. Creo que en ese sentido las mujeres europeas –los hombres también– tenemos muchísimo que aprender de las mujeres indígenas que llevan practicando economía sostenible y un montón de cosas que ahora suenan a vanguardia en Europa, y que ellos llevan practicando desde hace miles de años». Para concluir, Christina redobla la apuesta y ofrece un desafío: «La cuestión es que los dirigentes utilizan los países y la naturaleza como si fueran su propio negocio, cuando en realidad pertenecen a todo el mundo. Todos debemos opinar sobre esta transformación y esta expropiación de los recursos. Es el futuro de nuestros hijos, tenemos que estar mucho más implicados».
Un hombre rubio está editado por El Segell del Primavera.