Moris, junto a Litto Nebbia (Los Gatos), Javier Martínez (Manal) y Luis Alberto Spinetta (Almendra) es, además de uno los pioneros del rock argentino, uno de los referentes generacionales de un modo de ver que se encontraba en una encrucijada: la política o las armas. Su forma de reaccionar ante tal estado de cosas fue asumir su libertad y comandar sus deseos en pos de una música personal, fluida, instintiva. Moris, o Mauricio Birabent, vivió los años 70 entre la Argentina y el exilio madrileño, volviendo a su patria intermitentemente para algunos conciertos a finales de la década. Uno de sus hijos, Antonio, que además de músico y actor, fue periodista, aceptó dialogar gustosamente con su padre sobre aquellos viejos tiempos. Una charla íntima donde rescatan la forma en que fueron pensados, elaborados y producidos dos discos de esos que hay que tener: Ciudad de guitarras callejeras y Fiebre de vivir. Ambos publicados en aquellos lejanos años 70 y que vivieron siempre a la sombra de Treinta minutos de vida, un auténtico clásico considerado por muchos como uno de los mejores discos del rock argentino de la historia.
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Entrevista realizada en 1999 y publicada en el Especial 70 de Zona de Obras
Tus dos discos de la década de los 70, Ciudad de guitarras callejeras (Argentina, 1974) y Fiebre de vivir (España, 1978), son grabaciones llenas de azar, suenan como si estuvieran a punto de cambiar en cualquier instante…
Bueno, ambos fueron discos grabados con urgencia y furia. Eran discos salvajes. Creo que en la música de esa época había dos elementos fundamentales: riesgo y urgencia. Igual me llama la atención que digas que escuchándolos sentís que en cualquier momento la música puede ir hacia otro lado…
Es que realmente suenan vivos, improvisados…
…y, sin embargo, los podés poner mil veces y siempre son iguales. Pero es verdad, todo era tan instantáneo que ese espíritu ha quedado registrado y da la sensación de que puede cambiar. Sucede en esas viejas grabaciones americanas de los 50 que a veces escuchábamos ¿te acordás?, e incluso en algunos discos de Sinatra sentís que el está cantando ahora mismo, para vos, con la orquesta atrás soplando y tocando. Insisto: había riesgo. Por ejemplo, en la grabación de Ciudad de guitarras callejeras venía Ciro Fogliatta, escuchaba una vez el tema y se grababa. Iba al piano y sin consultar conmigo tocaba. Lo mismo sucedió en España cuando hicimos Fiebre de vivir con los Tequila. Ariel Rot tocaba ahí, en el momento. Yo le tarareaba el punteo y él copiaba la idea lo más fielmente posible. «¿Así esta bien?» preguntaba. Y yo le decía: «Sí, dale así».
Seguramente así como fueron hechos jamás se podrían repetir…
No. Esos fueron momentos de esa vida. Me acuerdo cuando estábamos grabando con los Tequila en los estudios Audiofilm de Madrid: esos coros de Sábado a la noche o Zapatos de gamuza azul eran coros de exiliados juveniles [risas]. Para grabar Mi querido amigo Pipo pedí un cuarteto de cuerdas. El arreglo que tocaron fue silbado en el estudio…
«En la radio hay canciones y cantantes que parecen de ciencia-ficción, enmascarados en sonidos industrialmente perfectos. Tocar sólo recupera la esencia, lo individual»
Nosotros siempre hablamos del no-error cuando alguien está interpretando. Este parece un buen ejemplo del concepto no-error.
Seguro, en esa época no había concepto de la equivocación. Una nota equivocada se transformaba en un puente o un pasaje hacia un giro musical. Además, es curioso, ¡pero hoy esos discos tienen justamente el encanto de esas pequeñas equivocaciones! Los músicos iban y tocaban, y esa música reflejaba la verdad de ese momento. Además, la situación en el estudio era muy distinta a la que vivís ahora: el técnico estaba ahí, sentado, sin prisas, venía de grabar otro tipo de música; en el caso argentino podía ser Piazzolla o cualquier otra orquesta de tango, te preguntaba si te escuchabas bien y a grabar. Nada más. No había esos comentarios: queremos sonar tipo tal, y por otro lado a mí nunca me interesó sonar como nadie… No había una industria del rock. El técnico no tenía un conjunto ni quería ser una estrella, ni llevaba arito ni gorra de béisbol, ni estaba leyendo una revista de nuevos aparatos musicales. Tampoco conocía a los Stones. Teníamos cuatro sesiones para grabar en el estudio de la RCA, él era un empleado y punto.
La década de los 70 fue muy violenta en la Argentina. Desde aquí parece una etapa caótica. Antes de que nosotros nos fuéramos a España en 1976, ¿cómo influía este estado social en la música?
La música reflejaba una actitud antimilitarista, en contra de los estados policiales. Las canciones del rock hablaban en contra de esa violencia que se respiraba: sobre todo letras de La Pesada o Manal, o algunas de Sui Generis o algunas mías. Nadie hablaba de desempleo, problemas de dinero o inflación.
Y ahora…
¿De qué hablan mis letras?
Sí.
…Bueno, ahora hago una vida más casera e introspectiva. Creo que escribo y pienso más filosóficamente.
En algunos de los últimos conciertos que diste en Argentina y también en los que hiciste hace unos meses en España (organizados por Zona de Obras) estás volviendo a tocar solo, como hacías a principios de los 70.
Sí. Así tengo más libertad, más dominio y contacto con el público presente. Fluye más la emoción y el momento verdadero del instante. Lo que decíamos antes del no-error.
La inmediatez en un momento donde la música está llena de pasos intermedios…
Mirá, buena parte de la música y los discos de ahora son objetos de cambio, un producto que en la estantería del supermercado tiene que venderse sí o sí. En la radio hay canciones y cantantes que parecen de ciencia ficción, enmascarados en sonidos industrialmente perfectos. Tocar sólo recupera la esencia, lo individual. Y la gente, en el fondo y al frente del escenario, sigue primero a la persona (o personaje). Y después al artista.
DISCOGRAFÍA
Treinta minutos de vida (Mandioca, 1970) (*)
Ciudad de guitarras callejeras (RCA, 1974)
Fiebre de vivir (Chapa/Zafiro, 1980)
Mundo moderno (Chapa/Zafiro, 1980)
13 mujeres (Chapa/Zafiro, 1980)
Señor rock, presente (Chapa/Zafiro, 1980)
Las obras de Moris. En vivo (Independiente, 1981)
Moris & amigos (Twins, 1987)
Sur y después (Polygram Argentina, 1995)
10 grandes éxitos (Beto Records, 1998)
Cintas secretas (Independiente, 2005)
(*) Treinta minutos de vida está incluído en el reportaje «Argentina. 60 discos: Divino tesoro» incluido originalmente en el número 62 de Zona de Obras. Dicho reportaje fue publicado en diciembre de 2010 y actualizado en 2020 para su versión online.