El primer LP de Anna Colom es un homenaje a la música tradicional, al presente de la vanguardia, purista y arriesgado, cruzando océanos para ir de sur a sur, flamenco y Cuba. Belleza en estado puro.
Que: Disco (Madame Vodevil)
A caballo de la guitarra, como en unos versos perdidos de Pedro Salinas, la voz sale al borde de la ventana, respira la frescura de Nana a Martí, es la apertura de purísima sangre para el LP. Que escriban otros sobre los cielos que se nublan, ahora entra el bajo perverso y una percusión irresistible en Tientos de la memoria negra, avanzando hacia la ínsula, como una Omara Portuondo en el blanco encaje de los metales: aquí no hay purismo, aquí hay arte.
Anna Colom se monta en un barco y cruza de sur a sur, de norte a norte. Escuchar La soleá del llanto, con la guitarra y el cajón, con el lamento ungido en aceites esenciales del Mediterráneo, la Lole de Lole y Manuel, el bronquio atrapado por el carbón de las minas, así ahoga el alma. Ya conocíamos la explosión de La niña del columpio, pero temas como Trébole, con su majestuosidad de saeta, como si el peso de la historia cayera sobre las espaldas de la vida y la muerte, qué ritmo, el de la tierra, el del corazón de la tierra.
Es salvaje el beso que golpea los bosques de la mañana, cuando se termina, recordándonos los experimentos de Les Conches Velasques. El cierre con A mi Mariana, con su ritmo y compás desaforado, como la banda sonora imposible de una adaptación de la novela Malaventura de Fernando Navarro, tiene la dulzura extraña del regaliz de palo, de la pasión mágica de la tacita de plata, la que mantiene la memoria respetuosa de los maestros que habitan en el corazón.
De un lugar a otro, en las esquinas de la vida, la fiera latina, la luz del queroseno, Cuba y los expatriados que se arremolinan en el laberinto de las urbes, la artista nos alimenta con penas y alegrías, con la fuerza más pura: la vida y la autenticidad de la garganta.