Como si los Amaya se fundieran en autotune, salidos del groove más profundo de las minas, desde las calles de Madrid a las cuevas blancas del Albaicín, así llegan los ritmos y las guitarras de La Plazuela.
Que: Disco (Universal)
Como si Los Chichos se encontraran a DJ Panko para dar forma a una declaración de principios en forma de casete con olor a gasolina en La primerica helá, una película de carretera, con la esperanza del sol para fundir los vidrios helados. Todo funciona, amasado de sintetizadores y gusto por el sonido Filadelfia, imagina al Tío Toni con sus gafas de pasta y su pantalón de pata de elefante pidiendo al pinchadiscos una de La Fundación Tony Manero y que, desde la cabina suene Realejo Beach, porque «le gusta más a la muchachada».
Así vamos, con un autotune por el que hubieran rezado Los Chunguitos en El lao de la pena, una caja de ritmos con una guitarra engañosa, entre Granada y Madrid está el abismo y Despeñaperros, que comparten mareo, mientras una voz angelical se eleva como si llegara el futuro de los evangelistas (los seguidores de Morente, no se confundan).
Volvemos a Granada con La Plazuela, subiendo a Bronquio por el cometa, que le toca pasar este año, el ruido de fondo en Péiname, Juana, con italo-disco macarra, dando fuerza al sonido Caño Roto más Lipps Inc., con unos ventiladores conectados a los neones que harían salivar a cualquiera de los que remezclan los recopilatorios del Achilipú Sound System de Txarly Brown.
Y con Mira la niña llega un poco de purismo, no flamenco, no… electrónica de zapatillas, voces entrecortadas cercanas a un mantra, sonido Detroit, hipnótica la rave cuando se acerca la mañana y, con ella, el jaleo. Un final con La vuelta, con sabor a buganvilla fresca, a agua que se vierte entre el cajón y la vida, repleto de piedras bien templadas al son de la guitarra. La Plazuela no pregunta, solo viene con la bolsa llena de amor y buenas canciones.