Guadalupe Plata realiza una incursión en el folclore castellano adaptado a su estilo frenético, buscando frontera y americano y con aromas del sur, con su imaginería a flor de piel, listo para el colapso del universo, con una batería de botella de anís y una guitarra de salvajismo ilustrado.
Que: Disco (Everlasting Records)
La serpiente ha regresado. Vuelve con piel nueva, regresando a sus orígenes como dúo (Pedro de Dios a la guitarra y voz y Carlos Jimena a la batería), aullando sobre cintas de casete, sobre cromo puro, registrando sus homilías paganas en una grabadora Tascam 246 de cuatro pistas y añadiendo luego los aullidos del pantano con teclados de mercadillo y saxo sacados de los más recónditos callejones del sur.
Ya habíamos conocido el vuelo surf tóxico de La cigüeña, que prometía vísceras aceleradas al modo de Lagartija Nick, descendiendo en picado como el otro adelanto, una revisión psicótica de El cóndor pasa, cargada de efectos de guitarra propios de asfixiados demonios andinos atiborrados de pisco. Pero el rock es sangre y balazos, es Almería y Malaventura, es En mi tumba, directa para una banda sonora de una novela de Fernando Navarro, mil balas de fogueo y unos arreglos ideados por Fernando Arbex desde el más allá.
Hambrientos y lobunos, los Guadalupe Plata engarzan sus temas como cuencas de un collar protector, de los que atraen a los espíritus en vez de ahuyentarlos como cuando escuchas Al infierno que vayas. Bajo tierra el amor desconocido sabe mejor, escuchamos el punteo twang con el que desbrozan el comienzo de Nunca llueve como truena y nos damos cuenta de que todo el disco es un gran exorcismo vital, una especie de maletín repleto de estampitas robadas y restos de sustancias, cintas con títulos manuscritos que avisan de que el monstruo llega con hambre atrasada, solo con inyectarse el metal de Maleficio uno sale narcotizado a las calles de Ciudad Esqueleto.
Hay caballos en el cielo, jinetas sin cabeza vestidos como Warren Ellis, amoríos perdidos de los Clónicos y esos metales con los que Justo Bagüeste trataba la esquizofrenia de la Movida. Como un Silvio poseído por las víboras autóctonas de Granada, el cierre para Stabat Mater. Las voces que escuchas no salen de la canción, las llevas dentro de ti desde hace años.