La catalana Silvia Pérez Cruz acomete un trabajo ciclópeo de musicalización de las edades del hombre, del ser humano, en realidad, con Toda la vida, un día.
Que: Disco (Sony Music)
Gafas de Chico Buarque, acólito de futurismo desde una perspectiva retro, es un manipulador de la poesía al modo de tijera y bolsa de papel, hay azules y tango de navajo y cruz baja. Un primer movimiento para La flor, qué difícil amar en ausencia de pétalos, como lo es el hueco que dejan los besos en los labios.
Un pucho que arde en el rojo de la portada, la elevación de Silvia sobre la percusión, mezclar el vals con el candombe, los metales del segundo movimiento, La inmensidad, hay tiza blanca y violencia de color, miel de rabia en la intensidad arterial, como un fuego que purifica el aguardiente del día.
Con Natalia Lafourcade llegan las huellas del cuerpo sobre las tormentas de la última canción triste, en el tercer movimiento. Dedos que se arrastran por el canela de los muslos, dientes salvajes que se enrollan para calmar el hambre. Llega Liliana Herrero, el karma de vivir al sur, mortecinas las lámparas de aceite, el aguacero de almas se acerca, canta a la lluvia en el cuarto movimiento, Toda la vida, un día.
Decía Leonard Cohen: «Estoy encantado de morir, lo he dejado todo preparado». Un cigarrillo, caballito, el quinto movimiento, el recitado de Movimiento: entre los crujidos salvajes de las cuerdas españolas, de las seguidillas del cascabel, silabean los arreglos, quebrando por bulerías, amalgaman los sintetizadores, los metales, la rítmica del cajón con la evocación en Nombrar es imposible.
Silvia Pérez Cruz nos recuerda que el purismo se combate con electricidad y autotune hasta que los poetas pierdan su nombre. Salmos para cambiar el mundo, para recordar su nacimiento y su muerte. No escaparemos del caos ordenado de los aeropuertos porque nos elevaremos agarrados a la espalda de los ángeles.