Una nueva versión de Lollapalooza sacudió a Santiago de Chile y Zona de Obras, como media-partner, estuvo ahí para contarte cómo se vivió en la intimidad de los artistas latinoamericanos. A continuación, una crónica desde dentro y las emotivas sensaciones de dos iconos del rock alternativo de los últimos años.
No quedan dudas: en Chile, Lollapalooza ya tiene estatus de festival magno y las razones son múltiples. Empecemos por la organización: puntualidad suprema, cero colas para comprar comida y bebida, y nunca faltó papel higiénico en los baños, un detalle tan simple como notorio a la hora de definir una superproducción. Sigamos con el espacio, habilitado para cualquier tipo de antojo: merchandising, áreas de descanso, actividades alternativas y un sinfín de curiosidades. ¿Los escenarios? Fueron seis, logísticamente muy bien ubicados. Inexistente el concepto de codazo o pisotón, amplitud en su máximo expresión.
Café Tacuba hizo evidencia de sus más de veinte años de carrera: absoluta despreocupación de sentir la necesidad de demostrar valía. La lista de canciones de los mexicanos fue a gusto del consumidor: Amor divino, Las flores y su archiconocida Chica banda, con la que se despidieron, dejaron satisfecho a un público no masivo (tarea de superhéroe lograrlo en esa franja). «Aunque contemos con la desventaja de ser de casa, han respondido muy cariñosos, sensibles», comentaba Rubén Albarrán (cantante de la banda y líder de su proyecto paralelo Hoppo!, con quien también actuó el domingo. Acerca de compaginar ambas bandas, «no hay una conexión directa entre una y otra, tampoco interferencia de influencias. La idea de Hoppo! nace como un espacio de libertad. Más allá de cualquier categorización, celebramos la relación personal que cada uno tiene con la música». Hoppo!, que responde a una expresión Dakota que significa “vamos” –y cuyos integrantes se confiesan fieles a la banda navarra El Columpio Asesino– «nació porque estábamos muy motivados con la idea de hacer un homenaje a la música latinoamericana y a la energía femenina. Ponemos de manifiesto un unánime interés por ciertas causas sociales que hoy nos preocupan y en parte eso tratamos de plasmar a través de nuestros temas». Si bien Lollapalooza Chile sirve de llave maestra a numerosas bandas chilenas a la hora de alcanzar mayor radio en el extranjero, México, Chile y Colombia son países que en el último lustro han fulgurado musicalmente en tiempo exprés. «Las complicaciones que pueda tener un músico latino para darse a conocer más allá de su país son barreras que se impone uno mismo. Quien realmente lo quiere, lo intenta y consigue. Hemos de luchar contra el miedo idiomático, tomar riesgo», declara muy terminante Rubén, quien sólo se lamenta por no haber podido ver, por incompatibilidad de horarios, a Johnny Marr.
Estrenándose en el país, la mexicana Natalia Lafourcade lideró una de las contadas colaboraciones, de la mano de Gepe y Meme (Café Tacuba). «Es la primera vez que toco en Chile y considero esto un sueño», afirma. «Surgió la oportunidad de poder hacerlo. Yo había tenido la ocasión de tocar con otros amigos músicos y ellos eran dos grandes pendientes. Me fascina la música de Gepe y siempre que pueda colaborar, será un placer». Respecto al panorama musical mexicano que impera hoy, «siento que viene marcado por una fuerte influencia de muchas bandas internacionales. A su vez, los latinos estamos teniendo un gran compromiso con las raíces musicales de nuestros países. En mi caso, después de haber hecho este proyecto homenaje a Agustín Lara, siento más afianzado mi origen». Programada en el mismo horario que Natalia Contesse, lamentó no poder haberla visto. «Sentí ganas de llorar la primera vez que la escuché. Lo extraordinario es que, en su música, se combina frescura y una fuerte raíz chilena».
En el plano internacional, hubo multitud de propuestas y versiones escuchadas en dos días. Imagine Dragons bordó con Song 2, de Blur, hora y media con un digno elegido Radioactive de cierre. Capital Cities se aventuró tras su fugaz momento de gloria vía Safe And Sound con Holiday, de Madonna. Efectivos los primeros, sobrios los segundos. Safe And Sound, relanzado mundialmente en abril de 2013 y joya hit de su último álbum In A Tidal Wafe Of Mystery, supo a elixir puro. Habiendo acumulado en curriculum durante más de treinta años éxitos, Red Hot Chili Peppers hizo su parte y Phoenix dejó boyante a la multitud. Algo similar sucedió con Lorde, a quien el señor David Bowie encumbró diciendo que escuchar su álbum Pure Heroine era “como escuchar el mañana”: fascinante su puesta en escena y su danzar a golpe de espasmos, que consiguió lleno absoluto mientras Vampire Weekend seguía tocando y Pixies se preparaba para hacerlo. Por su parte, New Order estrenó nuevo tema tras nueve años de sequía y homenaje a Ian Curtis: en la pantalla podía leerse “Joy Division Forever”, al tiempo que sonaba Love Will Tear Us Apart, emblemático cierre religioso de los británicos. Soundgarden y Nine Inch Nails, se sabe, son consagradas máquinas robustas. A Chris Cornell no se le desgarra la voz un ápice y NIN aplica como nadie su mezcolanza de introspección y derroche de energía. Arcade Fire tiene el don de provocar el mismo efecto que Isabelle Huppert en cualquier filme de Haneke, éxito indubitable: su despliegue de virtuosismo a raudales no tiene nombre.
Así ha pasado una nueva edición del Lollapalooza en Chile, que termina de consolidar el romance entre el público local y un festival que ya tiene sus réplicas en el continente. El año que viene más.