Una historia del rock argentino en doce discos. Desde los etílicos himnos juveniles del destape democrático hasta el jazz-rock de la crisis matrimonial, pasando por algún maxi vergonzoso, el triunfo alterlatino y el doblete del regreso. Aquí, la discografía de Los Fabulosos Cadillacs.
BARES Y FONDAS (1986)
Como cualquier saga, el rock argentino está repleto de objetos mitológicos. La maleta de Luca Prodan es uno de los más célebres. Cuando desembarcó en las sierras cordobesas para limpiarse de la heroína, el cantante de Sumo cargaba una pila de singles de vinilo de new wave y reggae que encontraron suelo fértil en la primavera democrática argentina. Los Fabulosos Cadillacs fueron uno de sus frutos. Bajo la luz de aquella banda, la cerveza y el revival del ska británico, la pandilla de Vicentico y Flavio se metió en los estudios Moebio de Buenos Aires para grabar su disco de debut. Producido por Daniel Melingo (Los Abuelos de la Nada, Los Twist, Charly García, etc.), el resultado es un big bang urgente y rudimentario.
YO TE AVISÉ!! (1987)
Resistidos por el canon del rock argentino, Los Fabulosos Cadillacs decidieron redoblar la apuesta. El título de su segundo disco, en ese sentido, funcionaba como el latiguillo del joven arrogante: Yo te avisé!!! Bajo la producción artística de Andrés Calamaro, la banda empezó a estilizar su sonido y sacó de la galera un póquer de hits imbatibles para los primeros graduados de la democracia: El genio del dub, Mi novia se cayó a un pozo ciego, Yo no me sentaría en tu mesa. Un tratado de camaradería masculina y humor borracho que vendió más de 250.000 discos y los llevó, casi sin escalas, del under a los canales de televisión.
EL RITMO MUNDIAL (1988)
Promediando la década, la primavera democrática del presidente Alfonsín estaba en jaque: la hiperinflación, los levantamientos militares (con sus leyes de Obediencia Debida y Punto Final) y las muertes de Luca Prodan, Miguel Abuelo y Federico Moura cambiaron el signo de la época. Los Fabulosos Cadillacs no acusaron recibo de inmediato. Grabado en los proverbiales estudios Panda, El ritmo mundial abrió el abanico estilístico (Celia Cruz puso su voz en Vasos vacíos) y tiró líneas de fuga con sus versiones de The Clash y el estándar rockero de Twist And Shout. Sin embargo, algo empezaba a oler mal en el seno del grupo: en un lapso de meses, la agenda tenía programada menos de la mitad de los shows habituales. La olla a presión estaba a punto de temblar.
EL SATÁNICO DR. CADILLAC (1989)
El cuarto disco arranca con un estallido de bilis dedicado a su ex-mánager: «qué es lo que ha pasado con tu corazón / ya no marca el paso que marcaba ayer / nunca fuiste libre y esa es la razón / siempre hay un idiota para convencer / hablás toda la noche como un boy scout / hablás sobre mi vida como tu papá / Los Cadillacs tocando para vos». Buena parte de esa energía se diluye a lo largo de un disco errático y lleno de cabos sueltos. La banda se prueba algunos trajes incómodos (el rap, el neo-soul, el funk) y, ahí donde sus limitaciones eran estilo, entonces se exhiben solo como limitaciones. ¡Un productor, por favor!
VOLUMEN 5 (1990)
Primera oportunidad de redención. En plena escalada del «Rock en tu idioma», Los Fabulosos Cadillacs muerden un contrato con un productor major como Tomas Cookman. En letra grande, el deal incluye promesas de expansión continental y el desembarco en los Estados Unidos. La apuesta no sale mal. El disco es un salto técnico de calidad (el ensamble grupal y la voz trémula de Vicentico nunca habían sonado mejor) y contiene un clásico inmediato como Demasiada presión, pero la banda atraviesa una crisis de identidad: ¿seguimos siendo rude-boys o ya estamos grandes? Esos dolores de crecimiento incluyen la salida de dos miembros fundadores como Naco Goldfinger y Luciano Jr. y la edición de un maxi casi vergonzoso como Sopa de caracol.
EL LEÓN (1992)
Es fama: el destino (y los grandes sellos) casi no dan segundas oportunidades. Los Fabulosos Cadillacs metabolizaron las músicas del Caribe y afilaron su cuchillo de combate: no estaban dispuestos a desperdiciarla. En tres estudios de Texas y California, metieron una bomba dentro de su música y disfrutaron viendo volar las esquirlas. Cuarteto, salsa, hardcore, reggae, vals. Un homenaje impenitente para el Che Guevara, una versión de Rubén Blades y cl cóctel molotov de Mano Negra. Una vez que se despejó la humareda quedó, caliente y en el centro del rock argentino, el núcleo de Los Fabulosos Cadillacs. Su quintaesencia. Aquella primavera de los tempranos noventa, la banda ingresó en la era del CD con un álbum para la era del vinilo. Su primer clásico indiscutido.
VASOS VACÍOS (1993)
Ni lerdos ni perezosos, los directivos de Sony Music aprovecharon el envión de El león para lanzar una antología corregida y aumentada. Un disco para poner el repertorio de Los Fabulosos Cadillacs a la altura de su nuevo horizonte. La banda seleccionó los grandes hits, regrabó algunos temas y, sobre todo, sumó dos composiciones nuevas: Matador y V Centenario. Esos singles no solo funcionaron como una flecha arrojada al futuro inmediato, sino que clavaron dos banderas en la patria alterlatina. Por un lado, la canción como vehículo de combate ideológico: allí estaba la vindicación de Víctor Jara y el llamado insurrecional contra la «colonia imperialista teñida de sangre». Por el otro, sus posibilidades comerciales. En el período dorado de MTV, el vídeo dirigido por Pucho Mentasti y protagonizado por Eusebio Poncela, puso a la banda en el escalón más alto del podio continental.
REY AZÚCAR (1995)
Sergio Rotman alimentó un mito del subsuelo: la existencia de una versión completamente dub de este disco. No es una especulación descabellada. Grabado en las Bahamas bajo la producción de Tina Weymouth y Chris Frantz, Rey Azúcar escarbó aún más hondo en las raíces raggapunkypartyrebeldes de la banda. No es casual que el libro señero del proceso fuera Las venas abiertas de América Latina y, entre los invitados ilustres, apareciera un tipo como Mick Jones… ¡un Clash! En medio de uno de los períodos de mayor exposición de Los Fabulosos Cadillacs, el resultado es un disco para poguear con inspiradísimos momentos de calma como Ciego de amor y la versión de Strawberry Fields Forever junto a Debbie Harry. Rey azúcar, sin embargo, no marcó el comienzo de un período: marcó su final.
FABULOSOS CALAVERA (1997)
Hacia finales de los noventa, si una banda no tocaba ni editaba un disco durante un año, era un signo de advertencia. Era un silencio. En ese paréntesis, Los Fabulosos Cadillacs atravesaron algunos terremotos afectivos y estéticos que estaban conectados. Perdieron a Sergio Rotman (es decir, su bastión punky-reggae) e incorporaron a Ariel Minimal: un guitarrista del under porteño con extracción urbana y setentista. Precedido por una ambiciosa campaña de marketing, el octavo registro de estudio fue el volantazo más grande de su carrera: trece canciones donde dejaron entrar el humor esquizofrénico de Frank Zappa, los solos de guitarra y hasta los fantasmas de Ernesto Sábato y Astor Piazzolla. Al año siguiente, el Calavera Experimental Concherto profundizó esa veta. Con versiones de bandas históricas del rock argentino como Invisible y Manal y no pocos tramos de contrabajo y piano vertical, la banda tramó una ruptura con parte de su historia y una alianza con el viejo rock local que les había dado la espalda. Una banda en crisis es, todavía, una banda viva.
LA MARCHA DEL GOLAZO SOLITARIO (1999)
Para sus fans más fundamentalistas, la banda tenía una mala y una buena noticia. La primera: Fabulosos Calavera no era unas vacaciones de sí mismos. La segunda: La marcha del golazo solitario era acaso el mejor disco de su historia. Los Fabulosos Cadillacs metabolizaron toda su búsqueda calavera y, a lo largo de esta especie de álbum doble (¡son diecisiete canciones!), lograron que sonara natural lo que antes sonaba un poco forzado. Desparramados por aquí y allá, La marcha… tiene citas a Thelonious Monk y guitarras metaleras; arreglos de flauta traversa, un solo a lo Brian May y tango progresivo; candombe familiar, samba y la percusión exquisita de Norberto Minichillo. Los Cadillacs tiraron tanto de la punta que, al cabo de unos meses, se disolvieron como un ovillo de lana.
LA LUZ DEL RITMO (2008)
En el crudo invierno de 2008, las calles de Buenos Aires amanecieron empapeladas con unos carteles elocuentes: ¡Yo te avisé! Después de un lustro de separación, Los Fabulosos Cadillacs rubricaron su regreso con una serie de conciertos demoledores y el anuncio de dos discos nuevos. A diferencia de buena parte de las reuniones hiper-publicitadas del Siglo XXI, esta maniobra no olía a dinero y naftalina: con la reincorporación de Mario Siperman y Sergio Rotman, el ensamble buscaba una síntesis madura y vital de toda su historia. La luz del ritmo, el primer disco de la saga, parecía tantear el centro y los límites de su identidad: cinco canciones inéditas, dos versiones (The Clash, Ian Dury) y, sobre todo, seis relecturas de su propia obra. Vaya una mención especial para los teclados de Pablo Lescano en Padre nuestro y la versión blaxplotation de Mal bicho.
EL ARTE DE LA ELEGANCIA (2009)
Para completar el movimiento del regreso, remasterizaron su catálogo completo, anunciaron el Satánico Pop Tour y lanzaron El arte de la elegancia: un disco con arte de tapa a cargo de la artista plástica e icono del pop art argentino Marta Minujín y un título que homenajeaba tanto a los mods como al legendario programa de televisión de Jean Cartier. Más allá de traducir a Curtis Mayfield, la banda parecía decidida a reivindicar algunas páginas poco celebradas de su repertorio: Siempre me hablaste de ella, El sonido joven de América, Más solo que la noche anterior. Como Paul Valéry, el Sr. Flavio y Vicentico tienen una convicción: no se trata de meras correcciones, sino de «la reforma espiritual de uno mismo».
LA SALVACIÓN DE SOLO Y JUAN (2016)
Puedes leer aquí el comentario de La salvación de Solo y Juan
(«Apuesta del Día» del 1/8/2016)
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