¿Querías saberlo todo sobre Los Fabulosos Cadillacs? ¿Entender las claves del regreso al disco y a los escenarios y cómo la ópera-rock La salvación de Solo y Juan los encuentra vivos y rockeando como nunca? Te presentamos un informe especial sobre la banda ska que hizo bailar a los argentinos en los años 80 y reinventó el rock latino en los 90 con el disco El León. Una recorrida por tres décadas de canciones, con la firma de Martín Pérez, el mismo periodista que colaboró en el legendario especial «Calaveras y Diablitos» que editó ZdeO hace muchos años y que supo acompañar a Vicentico y Flavio en la primera gira de LFC en autobús por Estados Unidos.
Un faro perdido al borde de un acantilado, un padre suicida capaz de bailar desafiando cada temporal, y dos hijos que crecen sin madre y cada vez más alejados, uno dedicado a los números y el dinero, y el otro que terminará encontrando su destino en el rock. Esa es la tragedia musical que cuentan las canciones de La salvación de Solo y Juan, el nuevo disco de Los Fabulosos Cadillacs. Al menos es la que se narra en su librillo interno, que incluye el relato de la historia de los hermanos Clementi en vez de las letras de los temas, y un arte a cargo del Dr. Alderete, que ya había ilustrado gloriosamente La luz del ritmo (2008), el disco que marcó la reunión del grupo. Pero si aquella vez, además de la gozosa calavera de traje que celebraba el regreso desde la portada, el artista argentino afincado en México le había dedicado un retrato a cada uno de sus integrantes, ahora los Cadillacs apenas si muestran sus rostros en la foto grupal de contratapa. El resto del protagonismo es para unas enormes máscaras de Solo y Juan realizadas por Alderete, fotografiadas en bares, plazas y también con un faro al fondo para la portada. Algo así como luchadores musicales emascarados –pero con cabezas troqueladas exageradamente grandes– que sirven como excusa para la reaparición discográfica de un grupo que el año pasado cumplió tres décadas desde la edicion de su debut Bares y fondas (1986), un álbum en el que cantaban que querían morir tocando ska. Una declaración de principios que intrigó en su momento a los curiosos y fascinó a los conversos, pero también les ganó muchos escépticos, que desconfiaron del sentido que podía tener semejante frase. Treinta años después, y a la luz de un camino que rapidamente los llevó del ska a los ritmos latinos sin dejar de lado el rock y de ahí al hardcore, el latin-jazz y ahora incluso a la ópera rock, la frase terminó siendo premonitoria. Pero obviamente no por literal, sino porque ha quedado claro que los Cadillacs van a morir haciendo la suya, sea lo que sea que decidan tocar. «Mirá que todavia no se cómo me voy a morir. En una de esas lo hago tocando ska y los cago a todos», bromeó Vicentico en una entrevista publicada en Zona de Obras, un año después de la edicion de ese volantazo estilístico que significó Fabulosos Calavera (1997). Aclaró entonces que los breves y repetitivos versos de Yo quiero morirme acá no encerraban una declaracion de principios sino que apenas eran parte de una canción. «Pero te aseguro que para mí, desde el momento en que escribí esa letra tan chiquita y tonta, tuvo siempre otro significado. Ni siquiera sé cual es, pero seguro que lo tiene. Un adolescente diciendo voy a morir tocando ska está diciendo otra cosa. Está diciendo voy a morir, por ejemplo». De la misma manera, lo que están diciendo hoy Los Fabulosos Cadillacs con la edición de algo parecido a una ópera-rock (o un álbum conceptual, al menos) como primer trabajo integrado totalmente por temas nuevos en casi dos décadas –el último fue La marcha del golazo solitario (1999)– es que están vivos y rockeando. Volvieron, sí, pero no sólo eso. Como siempre ha sucedido con el grupo que decidió no morir en el ska, nuevamente han sabido escapar de lo que se esperaba de ellos, reinventándose en el camino. «La música salvará al mundo», cantan al final de su nuevo disco, encarnando a Los Olvidados, la banda de Solo, el rocker de los hermanos Clementi. Pero sin dudas es su mundo, el de Los Fabulosos Cadillacs, el que siempre ha terminado encontrando su salvación gracias a la música.
«Volvieron, sí, pero no sólo eso. Como siempre ha sucedido con el grupo que decidió no morir en el ska, nuevamente han sabido escapar de lo que se esperaba de ellos, reinventándose en el camino»
La primera de todas esas salvaciones fue una que la música popular pone a disposición de cualquier joven artista cachorro. «La edicion de nuestro primer disco fue como una entrada al profesionalismo, como “tener trabajo” versus el fantasma de la vagancia y el “qué va a hacer este chico en su vida”», recordaban entre carcajadas Vicentico y Flavio en una larga entrevista recorriendo toda su carrera realizada en los momentos previos del regreso del grupo con La luz del ritmo. «Cuando no teníamos nada que hacer, íbamos a sentarnos en la oficina del mánager y hacíamos como que estábamos haciendo algo. ¡Éramos un plomo!», se asombraba Vicentico al revivir aquella época iniciática. «Funcionaba como una excusa para escaparme de mi casa, porque vivía con mis viejos y flotaba aquello de “andá a laburar, andá a la facultad o andá a hacer algo” y yo contestaba: “No puedo, tengo que ir a la oficina”». Dentro de la jerga musical, expresiones como “ir al a trabajo” –o a la oficina, en este caso– o “marcar tarjeta” suelen ser una crítica al hecho de transformar en rutinario algo que nunca debería serlo. Ciertamente no fue ese el caso de los Cadillacs en sus efervescentes comienzos, en los que encarnaron el recambio generacional dentro del rock argentino practicamente desde antes de su primer disco. De hecho, su vínculo con la parte mas hedonista de la música está inscripto en la primera anécdota de su mito fundacional, que señala que sus futuros integrantes «les decían a todos (especialmente a los porteros de las discotecas) que tenían un grupo cuando, en realidad, la banda prácticamente no existía», según escribió Marcelo Fernández Bitar en el texto que acompaña una de las reediciones de Bares y fondas. «Pero todos manejaban una fuerte convicción, actitud e imagen, que terminó convenciendo a fans y periodistas durante sus primeras incursiones». Ese convencimiento no fue total, como bien testimonia Esteban Cavanna en su indispensable El león (2008), biografía autorizada del grupo, donde rescata una reseña de la presentación oficial de aquel primer disco firmada por Carlos Polimeni en el diario Clarín, que consigna el nacimiento de una cadillacmanía al tiempo que advierte que «su éxito va en una relación casi inversamente proporcional con la calidad de su música». A pesar de que efectivamente los Cadillacs fueron aprendiendo a tocar sobre el escenario, y hay muchos testimonios de cierta indulgencia en el manejo de sus instrumentos durante sus comienzos (algo tradicional, por cierto, dentro del mundo del rock), las críticas iniciales al grupo en realidad siempre estuvieron vinculadas al quiebre generacional que evidenció su aparición. Ese reflejo de cerrar filas sobre sí mismo que le permitió al rock argentino sobrevivir a la dictadura militar al mismo tiempo lo convirtió en muy poco permeable a las nuevas tendencias, una actitud conservadora que sufrió en sus comienzos la primera generación de grupos que apareció con el regreso de la democracia, mas estéticos que contestatarios y atentos a las nuevas tendencias internacionales. Los Cadillacs fueron los embanderados de una segunda generación –que comparten con grupos como Los Pericos y Los Auténticos Decadentes– y los que más claramente se enfrentaron con los “mayores”, renegando abiertamente de todo lazo con lo que en Argentina se supo denominar “rock nacional”. Además de la predilección inicial por bandas como Madness y The Specials, el grupo local al que iban a ver todos sus integrantes antes de formar el suyo era Sumo, del reverenciado Luca Prodan, un italiano que había vivido la explosión del punk en Londres, y por eso se permitía cantar en inglés en Argentina. Sin embargo, a pesar de tanto aparente desarraigo, Los Cadillcs supieron ser parte de la gran familia rocker local, al menos en la figura de los productores de sus primeros discos, nada menos que Daniel Melingo primero y después Andrés Calamaro, responsable de Yo te avisé!! (1987), un disco lleno de hits que confirmó la estrella ascendente del grupo. «Melingo era adorable y el único tipo que nosotros considerábamos de la camada mayor», recordó Flavio. «Después de grabar nos ibamos a su casa hasta largas horas de la madrugada, a escuchar cosas como The Ventures». Por su parte, Vicentico explicó que el ex Twist y Abuelos de la Nada –dos bandas de la primera generación post-dictadura que los integrantes de los Cadillacs también dicen haber ido a ver seguido, al igual que Virus– los ayudó en la grabacion pero era más descarriado que ellos. Y que Andrés Calamaro hizo muy bien lo que tiene que hacer un productor: darles confianza en lo que estaban haciendo. «Me acuerdo que decía cosas como “esta canción es un clásico, nunca la van a dejar de tocar”».
Foto: Archivo Sony Music
Aquella primera época de Los Fabulosos Cadillacs ocupa sus cinco primeros discos, editados a razón de uno por año, entre 1986 y 1990. Allí están sus temas más emblemáticos, desde el primero, el hoy inexcusable pero siempre querible Tus tontas trampas, incluido en Bares y fondas, hasta Demasiada presión, el latinazo escondido en el injustamente ignorado Volumen V (1990), álbum que cierra la tanda. Es la época que encapsula la mística del grupo, su esencia rocker pero siempre buscando algo más, y toda la épica del «Nosotros somos amigos/ vos que solo estás». Una etapa a la que volvieron casi resignados para lo que terminaría siendo su despedida discográfica, el doble en vivo dividido en Hola y Chau (2000), pero que luego rescataron gozosamente para otro doble separado en dos partes, el del regreso, en el que mezclaron reversiones de sus clásicos con inéditos de estreno –y flamantes covers– que abrevaban de aquella mística: La luz del ritmo y El arte de la elegancia (2009). «Esa primera época fue una enorme nube de borracheras y sobreexitación adolescente», recordó Sergio Rotman en la misma entrevista realizada para el regreso del grupo. «Tuvo mucho de sueño hecho realidad, porque fuimos un grupo que vino a romper estructuras dentro del rock argentino», señaló el saxofonista, subrayando el lugar desafiante que ocuparon en el medio local los Cadillacs durante esa segunda mitad de los 80. Una de sus primeras polémicas públicas ayudó a establecer su imagen revulsiva para quienes miraban al grupo desde afuera, tanto estilísticamente como generacionalmente: fue durante el anuncio de un concierto organizado por la rama juvenil de la Unión Cívica Radical, por entonces el partido gobernante en Argentina, que acababa de impulsar la Ley de la Obediencia Debida en un intento de poner un freno a los juicios contra los militares involucrados en la última dictadura militar. Mientras los integrantes de los grupos participantes se instalaban ante la prensa en una larga mesa junto a los políticos organizadores del evento para dar comienzo a la conferencia, Vicentico y sus compañeros de grupo aparecieron en el lugar sólo para decir que ellos nunca se sentarían en la misma mesa con quienes hubiesen votado semejante ley. Pocas veces el rock en Argentina se atrevió a propinar semejante cachetazo público contra quienes detentan el poder político, y los responsables fueron nada menos que un grupo de jóvenes que apenas si tenían un disco editado. La anécdota quedó inmortalizada en el tema Yo no me sentaría a tu mesa, incluido en el siguiente trabajo del grupo. Para El ritmo mundial (1988), su tercer álbum (que incluye el clásico con Celia Cruz, Vasos vacíos), los Cadillacs alcanzaron la cima de su popularidad en este primer período, que fue disminuyendo para El satánico Dr Cadillac (1989) y el mencionado Volumen 5. «Tuvimos la crisis lógica de venir pegando mucho, y cuando empieza a pasar que no, no entendés muy bien qué pasa», explicó Vicentico. «Estábamos solos en la sala de ensayo, prácticamente aislados de un mundo que ya no nos entendía y no nos quería», resumió Flavio. «Entendimos que no es sólo llegar, sino que no es fácil mantenerse. Lo que nos salvó fue que el nucleo se mantuvo, por suerte. Porque sino podría haber pasado cualquier cosa».
«A pesar de que efectivamente los Cadillacs fueron aprendiendo a tocar sobre el escenario, las críticas iniciales al grupo en realidad siempre estuvieron vinculadas al quiebre generacional que evidenció su aparición»
En la biografía autorizada de los Cadillacs, cuando Cavanna les pregunta por el álbum preferido de los editados por la banda durante toda su carrera, el elegido de casi todos los integrantes es El león (1992), y no es casualidad. Porque ese disco fue, antes que nada, una gran muestra de carácter del grupo, que por entonces había sido prácticamente abandonado a su suerte por su discográfica. «Me parece que es nuestro punto culminante de madurez como grupo», opina Mario Siperman. «Además, la discográfica nunca nos dio un super apoyo, así que es casi una producción independiente». Apropiado resumen de todos sus intereses musicales, estéticos e incluso ideológicos, aquel disco con el cover de Desapariciones, de Rubén Blades, fue el primer paso en la extraordinaria proyección internacional que el grupo disfrutaría durante toda la década siguiente a la cabeza del llamado rock latino, una brumosa etiqueta donde pueden caber todos los estilos, pero que se la puede acotar buscando herederos hispanoparlantes del rock después del punk y estilos subsiguientes, que hayan además incorporado elementos locales en su música. «Fuimos los primeros», aseguró Sergio Rotman. «Bares y fondas salió tres años antes que Patchanka, el debut de Mano Negra. Y lo escucharon aún quienes digan que no lo hicieron. Lo se porque hablé con todos: no hubo quien no haya escuchado ese casete de Capitol, que es como lo llaman todos porque en el resto del mundo salió así». Pero para completar ese camino que los terminó llevando desde la periferia hasta el mismísimo centro del mundo rockero, al majestuoso pero insignificante en ventas El león le faltaba algo, y ese algo se llamaba Matador. Junto con V Centenario, fueron los únicos temas nuevos incluidos en Vasos vacíos (1993), el compilado que la discográfica decidió editar a continuación. «Quisieron sacar un refrito, un compilado de éxitos y listo, pero nosotros dijimos que teníamos ganas de regrabar algunas canciones y también incluir unos temas nuevos», contó Flavio. «Insistimos mucho, como nenes, hasta que un día aceptaron mandarnos a grabar afuera». El resultado –además de un suceso “matador” que los catapultó a los escenarios del mundo– fue la posibilidad de instalarse en las Islas Bahamas para registrar el disco siguiente, Rey azúcar (1995), con producción de Tina Waymouth y Chris Frantz, de los Talking Heads, e invitados de lujo como Debbie Harry, Big Youth o Mick Jones. «Creo que es el último disco de los Cadillacs grupal, donde todos aportamos», confesó Vicentico. «Hay muchas canciones y está claramente qué es lo que quería Flavio, lo que quería yo, todo el grupo. Después, en Fabulosos Calavera ya se nota la cosa más de cada uno, y La marcha del golazo solitario directamente me parece un disco de solistas, aunque a la vez en muy buen estado». Aunque la frase de Vicentico apura la historia, también ayuda a destilarla. Sin embargo, falta un detalle en ese resumen. O dos. Uno, el cambio de compañía discográfica, con contrato millonario de por medio, que alteró el equilibrio dentro del grupo y motivó la deserción de Sergio Rotman, denunciando «una guerra de egos». Y dos, el ingreso de Ariel Minimal en guitarra mientras el Vaino –guitarrista histórico– pasó a ocupar el lugar de mánager, que contribuyó a cambiar el sonido de la banda. El resultado fue el trabajo con el que ganaron el primer Grammy dedicado a rock latino, Fabulosos Calavera, que los ayudó a liberarse rápido de la necesidad de hacer un Matador parte dos. «Por suerte los de la discográfica nos respetaron mucho», comentó Flavio, consultado por la reacción de la compañía ante un disco muy atrevido estilisticamente, lleno de temas mutantes, cambios de velocidad y guitarras distorsionadas. «Hubo grupos que no tuvieron esa suerte. Les pasó a los de Maldita Vecindad que, después de su mejor disco y en medio de su época de oro, se negaron a editarles el siguiente. Tardaron mucho en salir de ese bajón». A los Cadillacs les sucedió todo lo contrario: se empoderaron al renovar su música, recibieron un premio codiciado por muchos e incluso confesaron en su momento que llegaron a pensar en cambiar su nombre y pasar a llamarse Fabulosos Calavera.
Foto: Archivo Sony Music
En la calma que vino después de la tormenta –y fue calma nomás: se tomaron vacaciones del grupo por primera vez en su carrera, y estuvieron tres meses separados–, lo que llegó fue La marcha del golazo solitario, el disco con el que los Cadillacs se pusieron el frac, jugaron a la gran música y se permitieron todo. Hay cuerdas, arrestos jazzeros por momentos tangueros y otras veces casi spinettianos, guiños de candombe profundo y por supuesto también futuros clásicos del grupo, como el difundidísimo Vos sabés. Después de haber desafiado a sus mayores y disfrutado con ganas del primer éxito, haber mordido el polvo y atravesado el desierto para regresar reconvertidos y haciendo las paces con las generaciones previas del rock argentino, dejando de lado polémicas y recibiendo por fin el reconocimiento unánime del público y sus pares, los Cadillacs no se permitieron paladear demasiado la tranquilidad de esa merecida adultez. Habiéndole ganado la pulseada al mundo, comenzaron a pelearse entre ellos. «Tuvimos una última época un poco retorcida, en la que la onda fue medio Álbum blanco», confesó Vicentico en una entrevista realizada para promocionar su primer álbum solista, cuando el grupo estaba recién separado. «No había ninguna mala onda, del tipo no voy a tocar si éste está presente. No había ningún Yoko, digamos. Pero a lo mejor arreglabas medio en secreto para grabar un tema antes que se apareciera el otro. Flavio hacía eso, por ejemplo. Se juntaba a grabar un tema con Gustavo Liamgot y lo cantaba rápido él, para tenerlo terminado», recordó el cantante, refiriéndose al tecladista que ingresó como invitado estable hacia el final de aquella época, quedando registrado en los discos en vivo Hola y Chau, grabados en la celebración de los quince años del grupo realizada en Obras. «El gran defecto de los Cadillacs es que nos cuesta decirnos las cosas cara a cara», intentó explicar Flavio cuando volvieron a estar juntos. «Todo queda en una pasividad que crea un mar de fondo», resumió. Ese mar de fondo –todo un océano, en realidad– fue el que los terminó llevando hasta una separación tan en voz baja, que sus integrantes nunca se entreraron: simplemente se despidieron después de tocar en el Foro Sol de México en abril de 2002, sabiendo que se tomaban un descanso. Pero pasó el tiempo y nunca nadie volvió a levantar el teléfono. «Dejamos de tocar y nos dijimos: “bueno, ya volveremos…” ¡Y cuando pasó un año todavía no lo habíamos hecho!», recordó el bajista. Al final fueron necesarios seis años –y varios discos solistas en medio, tanto de Vicentico como de Flavio– hasta que llegó el anuncio del regreso que los terminaría depositando en el estadio de River en diciembre del 2008, un año después del final de la gira El último concierto de Soda Stéreo en el mismo lugar. Algo que en realidad se comenzó a gestar dos años antes, cuando Vicentico estaba preparando su participación en Calamaro Querido! (2006), el homenaje a Andrés Calamaro al que había sido invitado como solista. «Mientras estaba yendo al estudio a grabar mi versión de La parte de adelante, el tema que había elegido, de pronto pensé: “¡Esto sería mucho mejor con los Cadillacs!” Era perfecto, además, porque era fácil juntarnos por eso: no había nada real de guita de por medio, ni nada por lo que tuviesemos que hablar demasiado». A partir de ese llamado tan demorado, fue como si la misma marea que los había ido separando los hubiese empezado a juntar naturalmente, sin obligaciones contractuales y con el afecto como único incentivo. Tal vez haya sido la sorpresiva muerte del percusionista Toto Rotblat –que, aunque no era un histórico (entró al grupo recién en la época de El león), formó parte de la ronda de rencuentros informales– lo que terminó acelerando los tiempos, recordándoles que el reloj no espera a nadie. Desde entonces, los Cadillacs se han mantenido activos, aún cuando cada uno de sus integrantes continúe con sus proyectos solistas. Algo que se preocupó por precisar Vicentico en la conferencia de prensa por la edición del último disco del grupo, negándose a calificar como una reunión la aparicion de La salvación de Solo y Juan, ya que desde aquella gira de regreso siempre han realizado al menos una serie de shows por año. «Ahora me doy cuenta que todos los problemas que alguna vez tuvimos son problemas de amigos», confesó el cantante en la época del regreso de 2008. «La verdad que cuando discutimos lo hicimos más por problemas afectivos que musicales. Somos un grupo de gente que tiene un afecto muy groso, con todo lo bueno y todo lo pesado que significa ser una familia».
«Con La marcha del golazo solitario, los Cadillacs se pusieron el frac, jugaron a la gran música y se permitieron todo. Hay cuerdas, arrestos jazzeros por momentos tangueros y otras veces casi spinettianos, guiños de candombe profundo y por supuesto también futuros clásicos del grupo»
Aunque el anuncio de que Los Fabulosos Cadillacs retomaban su carrera discográfica con un disco conceptual haya sorprendido a muchos, tanto Flavio como Vicentico dejaron claro a la hora de presentarlo ante la prensa que era un proyecto largamente imaginado por el grupo. «En el 97 o 98, mientras estábamos de gira, ya pensábamos en hacer este disco», precisó el cantante. «La historia de los hermanos Clementi tiene un monton de años, al principio sin foco, lejanamente, y cada año íbamos agregando detalles y escribiéndonos. Y el título La salvación es una vieja idea nuestra y a la vez muy actual». De hecho, cuando comenzaron a planificar la gira de regreso de 2008, la idea de acompañarla con un album conceptual estuvo dentro de las posibilidades. Pero ya habían complicado el proyecto con su autoexigencia de que estuviese acompañando por disco nuevo –terminaron siendo dos–, así que pretender completar una ópera rock dentro de ese marco, coincidieron todos, era demasiado. Por eso, cuando el año pasado Flavio editó como solista Sardinista! (2015), un título con un evidente guiño a The Clash que llevaba el explícito subtítulo de “ópera rock lo-fi atlántica”, se podía pensar que estaba evacuando aquel proyecto Cadillac inconcluso. Lo que sucedió fue todo lo contrario: con arte del Dr. Alderete, un texto narrando la trama que sugieren las canciones ocupando el librillo interno del disco e incluso la participación musical tanto de su hijo Astor como de Florián Fernandez Capello –el hijo de Vicentico– como invitado, Sardinista! fue apenas un velado anticipo de lo que se vendría. «En la época de Fabulosos Calavera tomamos una decisión de la cual no pudimos nunca volver atrás: los Cadillacs debíamos aprovechar lo que teníamos como grupo humano y exagerarlo», recordó Vicentico ante el periodista Javier Sinay. «Ahora, aunque quisiéramos hacer un disco de otra manera, ya no podemos. Sería aburrido», se resignó y celebró al mismo tiempo para una entrevista que terminó en la portada de la version argentina de Rolling Stone, ilustrada con una foto para la historia, que mostraba al cantante y el bajista acompañados por los dos nuevos integrantes del grupo: sus hijos Astor y Florián. Ambos rondan hoy la edad que tenían sus padres cuando comenzaron con la banda. De hecho, aún viven en sus respectivos hogares paternos. Claro que, es de esperar, a ellos nadie los acusa de vagos por estar todo el día con eso de la musiquita. Es más, nunca tuvieron que dar ninguna prueba de admisión para pasar a formar parte del grupo porque, como señaló Vaino, «audicionaron durante toda su vida». Después de todo, Florián es el protagonista de Niño diamante, un tema incluído en Fabulosos Calavera; y la llegada de Astor fue celebrada en Vos sabés, el hit de La marcha del golazo solitario. Para Flavio, el hecho de que su hijo y el de Vicentico hayan pasado a formar parte del grupo es una nueva forma de renovar su sonido, y al mismo tiempo funciona como una evolución natural. «Siempre fantaseé con esos combos salseros, cubanos, portorriqueños. Mirá Irakere, por ejempo: está el sobrino de tal, los que son primos, el abuelo, los hermanos, todos en una misma banda. Siempre fantaseaba con eso y por suerte se dio», confesó el bajista, que aseguró que la banda necesita de esa sangre nueva, justo cuando se cumplen treinta años desde aquel debut discográfico. Pero Vicentico reveló algo así como el otro lado de la relación de los Cadillacs con el paso del tiempo: «Nosotros todavía tocamos Bares y fondas como si fuera hace treinta años. Es diferente quizá para la gente que está afuera y piensa los años, pero para nosotros… estamos haciendo una lista y hacemos Silencio hospital, y lo tocamos como si fuera un tema de este nuevo disco. Somos eso siempre: lo que tiene de lindo la música es que parece no tener época. Uno toca esa canción y vuelve a esa época. Y el tiempo no existe».
Foto: Archivo Sony Music
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