El siempre tan resbaladizo presente posGoogle deja de tener sentido cuando se estuvo ahí, en el lugar donde presumiblemente estalló por primera vez esa cosa que creció, se desarrolló, mutó, posiblemente murió pero que se atreve –treinta años después– a vivir una resurrección que ejemplifica el sabor original: un grupo de amigos tocando el rock (ska, salsa, lo que prefiera el lector) que quieren gozar. El escritor argentino Rodrigo Fresán puede contar que estuvo ahí, en la noche que debutaron Los Fabulosos Cadillacs. Lo cuenta para Zona de Obras, mientras suena su canción preferida: la voz de Vicentico cantando Número 2 en tu lista.
Para muchos –por lo general para quienes tienen toda o casi toda la vida por delante– Internet es ese sitio que está en todas partes. El lugar desde donde explorar el presente y hasta anticipar el futuro, lo que vendrá: lo que ahora es susurro para iniciados y mañana será clamor de multitudes. En cambio –como canta Franco Battiato– para las personas «de cierta edad» entre las que me incluyo, la Red es el reino de la nostalgia, la patria sin fronteras del Fantasma de Navidades Pasadas, ese yesterday en el que todos nuestros problemas parecían tan lejanos, el amor era un juego tan fácil de jugar y todo eso.
Allí acudo ahora porque me piden que escriba algo –que evoque en oraciones algo– sobre Los Fabulosos Cadillacs y Google y lo primero de lo que me entero es de que tienen un disco nuevo. Sí, soy de la quinta de los que siguen diciendo «disco» más allá de cómo se llame el soporte. El disco se llama La salvación de Solo y Juan, es un «álbum conceptual» o tal vez una «ópera rock», trata sobre dos hermanos huérfanos de madre. Es el primer trabajo suyo completamente inédito en diecisiete años, y la banda se ha vuelto a reunir (incorporando a un par de hijos, los de Vicentico y Flavio) para girar por aquí y por allá. Veo/escucho un par de temas flamantes en YouTube («Soy del ayer, soy del mañana», se oye por allí) y lo cierto es que suenan muy bien. Suenan vintage-novedosos como en su momento sonó en 2009 The Liberty Of Norton Folgate, otro «ciclo de canciones» de los fabulosos Madness. Y yo me alegro por ellos y los veo en las fotos de promoción con un cierto aire a Arcade Fire circa Reflektor (esas mascarotas al frente, ese paisaje blanquinegro a sus espaldas) y un aire curtido pero no chocado ni abollado.
«En Los Fabulosos Cadillacs había algo especial y diferente que terminó de cerrarme y que hizo que me abriese a ellos con Yo no me sentaría a tu mesa, incluida en su consagratorio opus dos, Yo te avisé!!, de 1987»
Y nada que ver con lo que yo buscaba y que ahora encuentro: los orígenes, el génesis, el PLAY primero y primario. Y, sí, yo vi en un pub de Dublín a U2 cuando todavía no era U2 y a David Gray en un bar de Nueva York cuando vendía personalmente su primer CD (y en ambos casos intuí que ambos llegarían a ser algo). Y, también, vi y escuché a Los Fabulosos Cadillacs en su primer concierto oficial. Compruebo en Google que fue el 14 de marzo de 1985 en un lugar que se llamaba Blue’s (no me acordaba de cómo se llamaba lo que los enciclopedistas virtuales definen como «un pequeño antro»; tampoco estoy muy seguro de si estaba lleno o si era un sitio muy pequeño); pero sí recuerdo a la perfección que se accedía al mismo por una escalera que subía o que bajaba y que estaba en la calle Marcelo T. de Alvear casi llegando a la calle Libertad y… Me acuerdo también de que Los Fabulosos Cadillacs esa noche sonaban tan pero tan pero tan malamente encantadores y tan pero tan encantadoramente mal. Y me acuerdo de que, en esa impertinencia, tenían una energía y un entusiasmo con el que no contaban los consagrados. Y de que eran muchos ahí, en el escenario. Y de que parecían divertirse más entre ellos que con el público. Un puñado de tipos como un puño, acelerados a fondo como su nombre, alcohol en los tanques, claro. Y para ser como eran ellos es que se inventó –y desde afuera siempre se admira y se envidia– el concepto de tocar/estar juntos, de haber tenido la oportunidad de elegir familia de huesos y hermanos de sangre. Y de que quedaba claro que el cantante parecía haber sido abducido por el espectro centrífugo de John Belushi. Fabulosos, sí.
Eran los primeros años de la democracia y en la ciudad (siempre tan coherentemente psicótica) estaba muy de moda el ska y el reggae y el andar envuelto en banderas jamaiquinas y decir mucho «Babylon» ahumados de marihuana y peinados de rastas. Al poco tiempo, yo comenzaba a escribir una columna con el salingeriano nombre de El Cazador Oculto en la ya legendaria revista de rock Pelo y despotricaba contra todo eso (no tanto contra Los Fabulosos Cadillacs sino contra otra ganja-banda de éxito con el nombre de Los Pericos y hits como El ritual de la banana) y contra la postura de chicos de clase media alta jugando no al rugby sino al special beat del buffalo soldier. Pero, insisto, en Los Fabulosos Cadillacs había algo especial y diferente que terminó de cerrarme y que hizo que me abriese a ellos con Yo no me sentaría a tu mesa (incluida en su consagratorio opus dos, Yo te avisé!!, de 1987, y convertida en estandarte de polémica contra la frustrada utilización de la banda por parte de la Unión Cívica Radical). Y, muy especialmente, ya ganado para siempre, con El ritmo mundial (1988), que incluía el estándar etílico instantáneo Vasos vacíos junto a Celia Cruz, y una canción que todavía canto en la ducha: Número 2 en tu lista. Allí, todo suena como una cruza del Dylan mercurial que se fue a Nashville a grabar Blonde On Blonde mezclado con el mejor y más melódico beat argentino y la «mal voz» borracha de Vicentico, ya gran cantante y casi desgarrándose por vivir para cantarla mientras se la cuenta a un amigo. Un envidiable poder de síntesis donde no falta ni sobra una palabra: «Vuelvo a casa temprano, hermano / Nada salió como lo esperaba / Él fue mejor / seeeee laaaaa llevó». Gran música, gran letra, gran fraseo, gran sentimiento, y siempre me encantó ese temprano rimando codo a codo con hermano.
Foto: Archivo Sony Music
Después los conocí en el estudio de grabación (¿eran los Estudios Panda, Mario Breuer producía, no?), durante El satánico Dr. Cadillac (que es, se supone, en plena crisis económica argentina N. 567.934, fue un gran fracaso crítico-artístico pero que a mí me gusta mucho) mientras Andrés Calamaro grababa su legendario Nadie sale vivo de aquí (¿o se me mezclan las fechas?). Y, sorpresa añadida, quién iba a decirlo, los Cadillacs eran buenos y selectivos y muy curiosos lectores.
Años después entrevisté a Vicentico (sonriente y monosilábico y encogedor de hombros reflejo y automático y «poné lo que mejor te parezca»: una pesadilla a la hora de ser reporteado; nada que contar, se disculpaba; todo que cantar, se enorgullecía) y celebré la transformación y sofisticación del gang (¡formidables cadillacs convertibles!) con maniobras más o menos similares a las que en otras partes hacían gente como Paul Simon o Peter Gabriel o David Byrne. Así, de pronto, influida e influyente band on the run, y ritmos mundiales y endiablados y calaverescos, y la sorpresa de un hit a quemarropa como Matador en películas con Pierce Brosnan o con John Cusack o con John Travolta.
Y altos y pausas y paréntesis y dos puntos y puntos seguidos.
Me alegra –en la distancia– no haberme enterado de que estaban de vuelta juntos para poder enterarme justo ahora, cuando me piden unas líneas que pensaba pasadas y ahora resulta que tienen presente y futuro. La ruta continúa. Son del ayer, son del mañana.
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