A mediados de los ochenta, nadie en su sano juicio podía sospechar que esa pandilla de gordos cerveceros escondía un corazón progresivo. Pero los cursos de la vida son misteriosos. Después de trascender el under, cambiar varias veces de piel y convertirse en una de las bandas icónicas de Latinoamérica, los Fabulosos Cadillacs pegaron su volantazo más grande y revelaron el lado oscuro de su luna.
En julio de 1997 editaron Fabulosos Calavera: un disco donde dejaron entrar el humor esquizofrénico de Frank Zappa, los solos de guitarra y hasta los fantasmas de Ernesto Sábato y Astor Piazzolla. Y se sabe, lo apuntó la logia sinfónica: los desarrollos instrumentales reclaman épica. Relatos más largos. Ahí, exactamente ahí, apareció el núcleo de la historia de los hermanos Clementi. «Al principio no tenía foco –recuerda Vicentico. Con el tiempo le fuimos agregando detalles e, incluso, en los años en que nos veíamos menos, nos mandábamos mails sobre el tema».
Vicentico se refiere, desde luego, a la separación. Durante los cinco años que la banda permaneció oficialmente disuelta, cada uno de los integrantes urdió su propio camino. La hermandad entre los fundadores, sin embargo, nunca se quebró. Así, mientras Vicentico le sacaba brillo a su estatus como estrella pop, Flavio Cianciarulo se instaló una temporada en México y volvió a los sótanos. Como barbado bajista de fusión –primero– y –después– como madurito new-wave, pero también y sobre todo como escritor. Editó un puñado de libros de relatos y, en el metier del oficio, conoció al mexicano Adolfo Vergara Trujillo. El autor de Freak y otros tormentos –libro de culto entre los apóstoles del realismo sucio azteca– fue el encargado de darle su forma definitiva a La salvación: el relato que unifica la flamante ópera-rock de Los Fabulosos Cadillacs.
«Para los hermanos Clementi, el big bang estalla con la muerte de Averno: se mudan hacia el radio urbano de Buenos Aires y, mientras corren detrás de sus destinos, reciben la visita de los fantasmas del pasado. De los sueños del futuro»
Dividida en trece capítulos breves que funcionan como cápsulas, La salvación cuenta la historia de Juan y Solo Clementi. Los dos hermanos nacidos y criados a la luz del Faro Artiglio. Eso, a esta altura, lo sabemos todos. Sin embargo, no todos conocen la telaraña que sostiene su peripecia en el aire. Una trama que, al principio, es un triángulo familiar. Por supuesto, el vértice es el padre: Don Averno Clementi. Un guardafaros hosco y bailarín que, durante las noches de tormenta, se sube a la cúpula para aferrarse al pararrayos.
Así, entre la disciplina del Profesor Galíndez y la vida salvaje en los Acantilados de la Bestia (una costa borrascosa y solitaria que, si bien no tiene una ubicación precisa en el mapa argentino, pareciera levantarse en las puertas de la Patagonia), los muchachos empiezan a definir sus temperamentos. Con una devoción natural por los números, Juan deviene en un tipo pragmático, pero místico. «Solo despertó una mañana y sin motivo abrió las persianas –dice el relato–; miró el sol de frente, pero no lo sintió; en su lugar percibió el vacío, como si la nada lo habitara de pronto». Entonces se convierte en artista: eventualmente, el profeta under de su generación. No son polos opuestos. Son las dos caras de una moneda. Hay algo de Solo en Juan y hay algo de Juan en Solo.
Para los hermanos Clementi, el big bang estalla con la muerte de Averno («Solo encontró su cadáver la mañana siguiente; no lo tocó, pero se acercó lo suficiente para nunca olvidar a su padre muerto»): se mudan hacia el radio urbano de Buenos Aires y, mientras corren detrás de sus destinos, reciben la visita de los fantasmas del pasado. De los sueños del futuro. Por entonces Solo funda su banda de rock Los Olvidados y Juan ingresa en una secta astro-numerológica llamada Yo Robot. Cada uno, parecen decir al unísono, drena la tragedia como puede.
«Teníamos el buen rumbo de atarnos a un hilo conceptual muy claro –dice Flavio Cianciarulo. Primero diseñamos eso y luego eso nos alumbró o nos oscureció el camino para hacer las canciones. Muchas veces fueron las canciones las que motivaron rumbos y modificaron el argumento y otras el argumento fue el que nos pidió que compusiéramos una canción».
El Sr. Flavio dice bien: canciones. En lugar de componer una especie de suite, con su encadenado y sus leitmotivs, Los Fabulosos Cadillacs respetaron su origen y construyeron esta especie de music-hall: más cerca del Arthur de los Kinks que de los ambiciosos discos conceptuales de Genesis o Yes. Catorce temas que funcionan en conjunto y, salvo excepciones como Estratos y –obviamente– la Obertura del faro, también por separado.
Digo bien: juntos y por separado. Juan y Solo Clementi. Flavio y Vicentico. O incluso sus hijos y nuevos integrantes de la banda: Florián Fernández Capello y Astor Cianciarulo. Como una ciruela morada, la pregunta se cae de madura: ¿qué historia es un reflejo? ¿qué historia es verdadera? No hay respuestas. Solamente unas cuantas preguntas sobre La salvación. «Es una vieja idea nuestra y a la vez muy actual –dice Vicentico. Es como si el tiempo no existiera cuando estamos juntos».
Enlaces relacionados:
Más artículos del especial Los Fabulosos Cadillacs
-
Martín Pérez
-
Martín E. Graziano
-
Martín E. Graziano
-
Zona de Obras
-
Ariel Valeri
-
Gabriel Peveroni
-
Rodrigo Fresán
-
Ángel Carmona
-
Darío Manrique
-
Silvio Sielski
-
Martín E. Graziano
-
Zona de Obras