En Argentina, el pop underground de la «década frívola» no fue frívolo en absoluto. Al contrario, dejó una buena cantidad de grupos «malditos» que no será recordada simplemente por su condición mitológica sino por un legado discográfico que merece la pena descubrir. Estuvo cargado de sentido, representado por bandas que fueron hasta el fondo en su afán de diferenciarse de aquellos que rápidamente se convirtieron en masivos (como Soda Stereo y Virus). La dictadura militar todavía pesaba sobre sus espaldas y el futuro era más incierto que nunca. ¿El presente? Un enigma a descifrar mediante canciones que se convirtieron en clásicos menores, pero clásicos al fin, como Consumación o consumo o Perdiendo el contacto, ambas escritas por el referente dark Richard Coleman y grabadas por su grupo Fricción para su interesante debut, Consumación o consumo, de 1986.
La misma senda de oscuridades e inconformismos sin solemnidades transitó Don Cornelio y La Zona, banda liderada por Palo Pandolfo, autor de culto que en 1987 escribió un verdadero himno de pop oscuro que atravesó generaciones: Ella vendrá, publicada en el debut de su grupo, un disco producido por un Andrés Calamaro que por entonces era un productor de referencia. Don Cornelio publicó también Patria o muerte (1988), un disco incandescente.
Menos existencialista pero igualmente interesante fue el aporte de La Sobrecarga, grupo formado en el interior de Buenos Aires –más precisamente en la ciudad de Trenque Lauquen– pero que tuvo el impulso necesario como para lograr que su pop apenas bailable pero muy sólido y sustancioso se instale en los bares y pubs capitalinos de la época. Sus primer disco, Sentidos congelados (1986), aportó el hit Viajando hacia el este y sorprendió a todos por su experimentación controlada. Mentirse y creerse (1987), el segundo, ya contó con la producción de Daniel Melero, aunque el grupo nunca pudo igualar la admiración que causó su debut.
Precisamente Daniel Melero comandó por aquellos años una de las naves pop más adelantadas a su tiempo: Los Encargados, que con el disco Silencio (1986) estableció un molde que muchos intentan repetir hasta hoy. Uno de sus temas insignias, Trátame suavemente, fue vampirizado por Soda Stereo y convertido en hit nacional.
Clap transitó otra senda, siempre con el pop como escudo y el ritmo incesante como combustible: el grupo comandado por Diego Frenkel, Cristian Basso, Adi Azicri, Sebastián Schachtel y Fernando Samalea fue una verdadera cuna de talentos –todos sus integrantes siguen en activo– que en los 90 estilizó su propuesta para mutar en La Portuaria, que tuvo un éxito moderado a principios de la década siguiente.
Los Pillos, en cambio, fue más un satélite perdido que de todos modos dejó un registro discográfico más que recomendable: Viajar lejos (1987), un álbum de pop tenebroso en clave post-punk –Pablo Esau, único miembro que sobrevivió a todas las formaciones de Los Pillos (antes de desaparecer literalmente en el Amazonas con su novia en 1989) tocaba la batería de pie– en el que la trágica voz de Adrián Yansón se disputa el protagonismo con el fuego despedido por la banda.
Más cerca del maisntream, Metrópoli flirteó con el éxito masivo gracias al hit Héroes anónimos, escrito por Ulises Butrón y secundado por la voz de Isabel de Sebastián, ambos referentes indiscutibles de la época –la fundación del grupo también tuvo entre sus filas a Richard Coleman. Su segundo disco, Viaje al más acá (1986), incluyó otro hit, Contractura, y es de escucha obligatoria para todo aquel que desee interiorizarse en los antepasados del pop argentino.
Quien sí logró llegar a las radios para mantenerse durante un buen rato fue Viuda e Hijas de Roque Enroll, grupo de chicas divertidas que le puso sal y pimienta a los años ochenta gracias a una sucesión de éxitos en apariencia, sólo en apariencia, superficialmente pop. Su debut homónimo de 1983 y Ciudad catrúnica (1984) fueron verdaderos sucesos y no hay quien no los recuerde con cariño.
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