(Crammed Discs, 2017)
Como los raggas indios o los drones de Coltrane, la música de Juana Molina trabaja con una idea fija. En el corazón de ese universo –hecho de notas pedales, susurros, percusiones digitales y criaturas afantasmadas– se agazapa una filosofía. Una tensión permanente entre el tiempo de los mortales –la canción– y los inmortales –el mantra. Grabado en Sonic Ranch (Texas), Halo llevó ese sonido hacia un nuevo horizonte. La profundidad de un planeta aparentemente desconocido que, apenas termina el disco, revela su nombre: Juana Molina.
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