Con la llegada del solsticio de invierno se celebró el pasado 24 de junio, en la milenaria ciudad del Cusco, una nueva edición del Apufest, festival peruano que conjuga música, tradición y aventura con un enfoque ecológico y tecnológico que lo coloca a la vanguardia dentro de la región.
Como es arriba, es abajo. Como es adentro, es afuera. Esta simple y profunda sabiduría forma parte constitutiva del pensamiento dualista andino, herencia ancestral de cómo los incas comprendían su existencia. Para el mundo andino, cada cosa posee su contraparte, algo así como un doppelgänger o un yin-yang que no se contrapone, como lo solemos entender en el mundo occidental, sino que lo complementa, es decir, lo equilibra.
Bajo este influjo, el festival Apufest presentó su séptima edición con un formato innovador para el estándar de propuestas festivaleras que se realizaban en el Perú antes de la pandemia. Precisamente allí radica una de sus grandes apuestas: realizar un festival en un contexto aún adverso para los encuentros multitudinarios, bajo estrictos protocolos sanitarios y en una ciudad del interior, en un país altamente centralizado en su capital como es el Perú.
Foto: Richard Hirano
En agosto del año pasado, mientras las industrias culturales peruanas aún no vislumbraban la luz al final del túnel, los productores del Apufest, Sebastián Segovia y Walther Alarcón, decidieron rediseñar su festival para adaptarlo a las nuevas exigencias sanitarias impuestas por el gobierno, lo cual, sirvió también para otear nuevos horizontes para la producción de festivales en el Perú.
Desde el 2014, este festival cusqueño venía desarrollando una propuesta enfocada principalmente en mostrar artistas de la escena musical independiente de Perú y Latinoamérica, en una ciudad que, a pesar de su intensa actividad turística, carece de festivales musicales que se hayan sostenido en el tiempo. De hecho, el último festival masivo que se realizó en la ciudad de los incas, producido por una compañía cervecera, se llevó a cabo en 2004.
Foto: Jero Gonzáles
Sin embargo, pese a esta adversidad, en diciembre de 2020, el Apufest presentó su nuevo formato denominado «Play», el cual expandía la experiencia festivalera, trascendiendo lo meramente musical, permitiendo al espectador forma parte activa de la extraordinaria vivencia cultural que posee este mágico territorio. De esta manera, el festival incorporó una serie de actividades turísticas, gastronómicas y culturales que, continuando con el legado de la cosmovisión andina, acercaban a los participantes a experiencias más auténticas, estableciendo una dialéctica entre las tradiciones culturales, los artistas originarios, el entorno natural y la aventura turística.
Todo ello, aunado a una voluntaria decisión de concientizar sobre el vital cuidado y preservación del medio ambiente, para lo cual se decidió realizar el festival en una explanada de Maras, un distrito alejado de la ciudad, utilizando energía proveniente del sol, la divinidad suprema de los Incas, a través de paneles solares y con audífonos inalámbricos que evitara, incluso, la contaminación sonora del entorno.
Foto: Richard Hirano
Esta misma experiencia se vivió hace unas semanas en la Ciudad Imperial, con una variación en las rutas turísticas que en esta edición incluyó una visita en cuatrimoto hasta la Morada de los dioses Apukunaq Tianan, pedalear en bicicleta a cincuenta metros del suelo en el distrito de Cachimayo o descender por un antiguo camino inca (QhapaqÑan) hasta la catarata de Poc Poc, lugar sagrado de los antiguos moradores de estos territorios.
Vivencias sin duda inolvidables para las cerca de doscientas personas que participaron de este festival que culminó al anochecer a ritmo de reggae y cumbia con los artistas peruanos Laguna Pai, Shushupe y Mauricio Mesones, cantando y bailando frente a los Apus, montañas sagradas que simbolizan a divinidades protectoras de este mundo, como se hace desde tiempos inmemoriales.
Así fue Apufest 2021.