Octavio Gómez Milián es un escritor y periodista zaragozano. Es profesor de matemáticas en un Instituto, pero cuando la vida se medía en fanzines y discos importados, dice que aprendió gracias a los primeros números de Zona de Obras que había vida al otro lado del océano. Un verdadero creyente que se empapó de todo lo que se cocinaba en la escena latinoamericana de finales de los noventa. Escritor clandestino, siempre soñó con ser un obrero más hasta que hace unos meses, con un hijo y una estancia en Buenos Aires detrás, empezó a colaborar en esta publicación. La felicidad llega con la paciencia. Así que le pedimos que mezclara recuerdos, vivencias y pasiones, el hoy, el ayer y el mañana y acudiera al Vive Latino. Por fin en España, por fin, claro, en Zaragoza. Esta es la crónica de la primera de dos jornadas contada en primera persona. Adelante, Octavio…
Nos rodea el granito donde una vez se alzaron los dioses de la Expo 2008. Veo un ring, traído de un tianguis de Aguascalientes, esculturas prehispánicas de cartón piedra listas para rodar una película de El Santo. Pero es el Vive Latino, banda. Estamos en Zaragoza, junto al río Ebro. Hoy toca Babasónicos.
En el camino, bajo un sol que avisa, nada de ácido por sorpresa, he recorrido los primeros pasajes del viaje. Hay cambios en las dimensiones: tiempo y espacio, años y lugares. las sirenas han agarrado buen sitio para escuchar los temas de sus solistas favoritos. Es Zaragoza porque estamos cerca de Pirineos Sur (donde Vicentico y los Café Tacuba tocaron suelo aragonés por primera vez, donde María Gabriela Epúmer dio un recital de belleza mientras Charly García la llamaba un y otra vez al celular), donde Rock en Eñe se fraguaba, los encuentros con la cultura mexicana en Zaragoza Latina, Gustavo Cerati en la Casa del Loco… ¿Qué mas quieres pedir? Primer día del Vive Latino. Mi amor me rodea. Se mezcla, ya lo he dicho, las dimensiones. ¿Qué tiempo es este? ¿Dónde estoy? Sígueme, Octavio. Síganme ustedes.
Bruno Galindo, obrero en excedencia contemplando a Babasónicos
Los acordes de Bye, bye el último éxito de Babasónicos me avisa de que lo bueno acaba de empezar. Babasónicos en el mismo escenario donde tocaron Os Mutantes. Adrián Dárgelos es carisma hecho cantante y detrás Carca, con sus patillas infinitas, toca pandereta y guitarra hasta que introduce sus manos de gigante en un theremin. Se levanta el polvo de los fanáticos. Enseguida suenan Los calientes y Putita. Babasónicos nos llevaron de la mano cuando éramos jóvenes. Tenían un Plan B y se lo contaron a los responsables de esta misma revista. Eran marxistas atrapados en un vórtice hasta que llegó Jessico. Una elección exquisita de repertorio, de amor salvaje, desbocados y atemporales. La aristocracia de la música pop, capaces de pasar de la electricidad farragosa al disco y vender un bolero a ritmo de garage. Irresponsables, Pendejo o el doblete clásico de Carismático y Yegua que ya pinchábamos en el Candy Warhol de Zaragoza en 2005. Y llegó la muerte en una noche de yeguas infames. Veo sobre el escenario, escondido, discreto, al mítico Bruno Galindo, periodista y rapsoda. Dentro de la enciclopédica discografía de la banda uno puede encontrar el EP Babasónicos Vs. El Público. Allí Bruno recita sobre las bases de la banda. Hoy solamente vigila. Calcula la distancia que existe entre la derruida cárcel de Torrero y el Pabellón Puente de la Expo. Ya casi nada sigue en obras, aunque él siga siendo un obrero.
En la ciudad de la furia: Calaveras y diablitos
En la sala de prensa hay risas y bromas. Sentados en una esquina escucho la voz de uno de los Diegos que hay en Babasónicos: ¿Tuñón o Rodríguez? Hay comentarios sobre Enrique Bunbury. Es un espíritu que sobrevuela. Una presencia que se hará más y más intensa con el paso de las horas y las jornadas. Extraño a Carca. Querría preguntarle por cómo encaró el mes pasado la interpretación íntegra de Pescado 2, el segundo disco de Pescado Rabioso, la banda de rock pesado de Spinetta. Luis Alberto Spinetta volverá. Nunca se ha ido. ¿Preguntáis el porqué de un Vive Latino en Zaragoza? Porque «El flaco» estuvo tocando para menos de doscientas personas en La Casa del Loco en el año 2002. Veinte años pero es hoy. Hablo de estas líneas. Detengo a Héctor y Andrea. Los chicos de Sidonie saludan con respeto a Aterciopelados mientras yo hablo con Héctor y Andrea sobre cómo conservo un frisbee verde con sus firmas desde hace veinte años con la esperanza de que mi hijo aprecie ese tesoro. Hablamos del Fémina Rock, de su colaboración con Bomba Estéreo y del delicioso videoclip de Los 90 de la serie Ruido Capital.
«Piensa, Octavio, que en aquella época, con las bombas de Pablo Escobar, no había seguridad de nada. La rumba de la rumba. Había que salir y esperar llegar al día siguiente. Porque no sabías si mañana vivo amanecerías. En el estribillo nombro la tienda de discos que tenía Héctor y mi local, donde vendía mis cerámicas».
Llevo una camiseta de Gustavo Cerati que me pintó mi mujer. Me la he puesto muy poco. La última vez para presentar las obras completas de Sergio Algora, otro de los obreros caídos en la lucha. Hablamos de Gustavo. La primera vez y la última. El círculo que se cierra. La versión de La ciudad de la furia en su último LP. Nos detenemos en ella un momento. Habla Héctor: «Nos la pedía la gente mucho. Pero no terminábamos de verla». Le comento que, en realidad, cuando participaron en un tributo a Soda Stéreo no eligieron ese tema. Buitrago sonríe cómplice. «Es cierto, hicimos Té para tres, te las sabes todas…». Andrea habla: «Tenía todavía el vestido que me hice para la gira de Sueño Stéreo, ellos me invitaron a hacerla, eran conos, conos en los pechos en los ojos, en las rodillas… parecemos robots… y ya, pues conos para todos».
Hablamos del arreglo tan original y también del videoclip: «Siempre nos fascina Buenos Aires. Es medio ciencia ficción todo». Les pregunto si la trayectoria de los Aterciopelados en una montaña rusa: punks, electrónicos, casi neohippies y ahora vuelta al rock. «Luego os contaré historias de Enrique Bunbury, que sé que os gusta a los de Zaragoza, tan heroicos».
Antes de volver a la carga platico un rato con el mánager de la banda. Hablamos de la gira Calaveras y Diablitos, otro disparadero. De nuevo una parada en Zaragoza que hacía de tercer vértice fundacional. Maldita Vecindad, Los Fabulosos Cadillacs, Aterciopelados y una muchacha que abrió, un poco vergonzosa, el concierto. Se llamaba Julieta Venegas y no hizo más de media docena de temas aquella noche en la Sala Multiusos de Zaragoza.
Coque y sus Ronaldos vs Cumbia centaura
En el escenario principal es el final del concierto de Coque Malla. Las pantallas muestran a un artista que no envejece. Uno de los últimos bolos que se hizo en la mítica sala En Bruto de Zaragoza fue en la que parecía gira final de Los Ronaldos. Pero bastó que se separaran para que todo el mundo los extrañara. Les pasará a varios de los que recorran los escenarios del Vive Latino estos dos días. Coque ha publicado discos de carácter intimista, alejados del rock stoniano de su banda. Pero el sol empezaba a decaer y todos parecíamos bajos de azúcar marrón. Así que, como un niño travieso pregunta al público, ¿queréis una de Los Ronaldos? Pero solo una, nada más. Y acaba haciendo tres. Es el momento generacional. El primero del festival. Los que vivieron los noventa. Por las noches, Adiós papá y Guárdalo. Eso es dejar un buen sabor de boca. La parte más rolinga de la noche se había cubierto.
En la vida hay que tomar decisiones. Eso es parte de madurar. Amigos y amantes que se separan. Comparten gustos y aficiones, pero todos tenemos un sabor preferido, un destilado para combinar o una sustancia que nos vuelve mejores. Mientras el mundo se dirigía a Mon Laferte yo caminaba con paso firme hacia el escenario Vuse –que acabó siendo mi favorito, por espacios, sonidos y propuestas–, para dejarme llevar por Centavrvs. ¿Por qué, Octavio? Porque yo voy al Vive Latino a degustar buena cumbia, a hipnotizarme con la sangre del volcán y eso, eso solo me lo dan los Centavrus: revolución mexicana con beats en vez de cañonazos. Arremango de bajo y teclados, bailanta mántrica, voces mínimas, Esquivel y soplidos de dioses faltos de adoración. Sonaron orgánicos, sonó El efecto y Levante la mano. Una plegaria a la noche, escucharlos era un sueño del que solo bajas cuando lo decide el jaguar.
Nota de cronista:
Veo a Luis Lles que pasa camino de Mon Laferte con un amigo. Luis que es de los que reconoce el material bueno, se detiene un momento, se gira, haciéndose el remolón, pero sigue hacia el escenario grande. La noche siguiente se lo echaré en cara.
Y te cagaste de risa (la vuelta de Confesiones de Margot)
Volver a ver a Aterciopelados es como encontrarse contigo mismo cinco, diez, quince años después. O un día. O un simple parpadeo. De Lisboa a Pirineos Sur pasando por una Plaza de Toros en el año 1996. El sonido es perfecto. Guitarra, bajo y batería. No hace falta más. Todo está lleno de música y amor. Una buenísima elección de repertorio: abrir con clásicos de la gente como Cosita seria, El estuche, Maligno, Baracunata o El álbum. Aterciopelados es, quizá, la banda más conocida por el público europeo y español de toda Latinoamérica. Y la más adorada por la gente de Zaragoza.
Andrea es una presencia impactante en el escenario, una mutante que siempre sorprende. Lo femenino viene con Antidiva y Piernas. La historia con la magnífica Dúo, crónica del encuentro entre Héctor y Andrea. No hay descanso. Baile y trance. Madre Tierra y punk-rockers enamorados. Yo era uno de ellos. Cuando comienza el enlace final de Florecita rockera y Bolero falaz entre el público mi memoria, mi historia, salta sobre mí haciendo un pogo y lo abrazo. De pronto estamos los Confesiones de Margot casi al completo, como atrapados por el imán Echeverri. Pienso en mi hijo y deseo que algún día sea tan feliz como yo viendo un concierto de Aterciopelados con sus amigos.
Francisco de Goya en estado provisional: León Benavente
Después de Aterciopelados toca correr hacia el escenario Ámbar. Había empezado León Benavente, se escuchaba Estado provisional, canción de su primer disco. Todo era como un mar rojo, más parecido a la sangre que al vino. Una escenografía que tenía algo de robótico hasta que Abraham Boba fue encendiéndose. Cuando lo conocí en un pequeño garito, la primera Lata de Bombillas de Zaragoza, ya traía la elegancia incorporada y su piano era un amante Ahora los sintetizadores que aporrea parecen un arma. Cuando ya todo estaba ardiendo seguía apareciendo gasolina.
Coger velocidad sin química: el temblor sintético, los animales salvajes que montan una estampida (Disparando a los caballos), a baile de San Vito, pieles arrancadas (Gloria), pinturas negras de Goya (Ser brigada), remedos de los Stooges pasados por los sintetizadores de Alan Vega (Tipo D) y el recitado macarra (Ayer salí). Sonaban a electrónica descacharrante, a Teenage Jesus And The Jerks, a Los Estómagos de Tango que me hiciste mal, a pesadilla hecha canción. Una sección rítmica que podría haber abierto un túnel hasta el centro de la Tierra y una guitarra que más que electricidad emitía radiación.
Al acabar el concierto, sin camiseta, la banda es un conjunto de depredadores bien alimentados. Nadie en su sano juicio se pondría por delante. Cuando me despierto al día siguiente escribo a Eduardo Baos: «Edu, estoy completamente seducido por lo que vi anoche. Aún me tiembla el alma». Y Eduardo contestó: «La verdad es que fue súper especial para mí, por ser zaragozano. Todos salimos a darlo todo. Los cincuenta minutos se pasaron volando».
Leon Benavente merece un visionado completo. Eso está claro. Si hay una banda exportable a Latinoamérica, es esta: saben juntar los dientes rotos del bolero con la electricidad enferma de la no-wave. La parte más oscura del DF, los clubes del conurbano bonaerense, el circuito que dejó sembrado Buitrago en Bogotá… todos saben que allí el alimento es abundante.
El sueño es parte de la vida, la vida es parte de la música
Mis ojos se cierran. Esa noche soñaré con Morrissey. Soñaré con él porque Mikel y Camilo estará el día siguiente en los escenarios. Soñaré con tebeos de Kaliman, con toda la familia de Martín Mantra, con las casetes que grabó Andrés Calamaro con Cucho de Los Auténticos Decadentes en una habitación de Madrid toda de negro, soñaré con las percusiones de Pucho sobre una lata de gasoil, con el sonido de las tijeras recortando fotos para pegarlas en un folio y empezar a fotocopiar el fanzine. Soñaré con 1999. Abro los ojos. Entonces llega la belleza.