Zona de Obras publicó en España Bocanada, el disco solista de Gustavo Cerati, trajo a Tijuana y sus colectivos de electrónica, le hizo perder el miedo a la cumbia a los chicos de barrio zaragozanos, hizo portadas inmortales para discos que cambiaron la escena de nuestro país, Rock en eñe, Calaveras y Diablitos, Fémina Rock, Spinetta y Babasónicos. De aquella piñata se desparramaron miles de historias que quedan todavía por contar. La segunda jornada del Vive Latino iba a tener bailanta y lucha libre y Octavio llevaba una camiseta de Charly García de repuesto en la mochila por si la noche se complicaba… y ya verán cómo se complicó. Fernet, drones y Café Tacuba.
Fue el día del Instituto Mexicano de Sonido, el día en el que Morrissey fue un fantasma latino, donde se abrió la brecha entre la cumbia y el rock de manual, de las lágrimas de Amaral… Vive Latino con el viento al favor.
¿Dónde está Camilo Lara? ¿Y Morrissey?
En la sala de prensa la situación bullía. Nadie sabía dónde paraba Camilo Lara. Llegó María Guadaña. Hubo risas. Cansancio acumulado. Pero todos estábamos esperando el momento del advenimiento de los Café Tacuba. Como quien recibe a los que nos salvaron de Albión, los que definen con su sola presencia la esencia de algo como Vive Latino. ¿Y Camilo? Perdido en alguna frontera, con su teclado de juguete y su poncho, sampleando el canto de uno de los chicos del gang. Salgo caminando hacia el escenario. Paso del silencio y escucho cómo se engancha la magia de Esta luz nunca se acabará con A un minuto de ti. Mikel Erentxun, una estatura griega pulida por el tiempo, elige el repertorio con sabiduría. Él también está en la parte especial de nuestro corazón, marfil y hueso: hizo Cien gaviotas de Diego Vasallo (y Duncan Dhu, claro) y terminó con En algún lugar, también de su banda madre. La mejor manera de tomar el pulso a un recital es ver cómo la gente camina en busca de cerveza mientras canturrea el tema. Un aplauso para el viejo Mikel. Ojalá más como él.
Jesusito de mi vida, eres indie como yo
El mundo se reparte entre Carlos Sadness y los que vamos a ver a Little Jesus. Jesusito de mi vida, eres niño como yo. Pierdo a mis amigos por el camino. También a mi mujer. Es como esa canción de Neil Young que dice «I hit the city and I lost my band». Sentado en la hierba, cambio mi camisa floreada por una camiseta de Charly García. Pienso en Charly encerrado en su casa, viendo su futuro escrito en los rayos que salen de las torres de Tesla. Pienso en Charly o Fito paseando por el recinto de la Expo tranquilamente, sin agobios. Little Jesus suenan a electricidad, saben a pasión, se me acerca Alex Hyde, el cantante de Mister Hyde, la primera banda española que grabó De música ligera en un disco. Sabe dónde está el oro, en Colonia Roma y que hacer buena música pop en español es cuestión de simple esfuerzo y cuidado. Alex también canta muy bien por Morrissey y sabemos que después de Little Jesus llegará uno de sus apóstoles en la Tierra. El último tema de Little Jesus cuenta con Ximena Sariñana y hay algo de belleza en el aire. Como ozono antes de la tormenta.
Yo vi al Instituto Mexicano del Sonido sampleando La Macarena
No me muevo del lugar. Todos los que me rodean, todos los que pasan, todo el mundo en realidad parece potenciales ladrones de sitio. No he esperado tantos años para ahora perderme, aunque sea una migaja del directo del IMS. A mi lado se colocan varios luchadores. Están preparados para el combate. Sobrevuela un dron. En el lado izquierdo se levanta un murmullo. El murmullo se convierte en una ovación cuando vemos a Enrique Rangel Arroyo en la parte de atrás del escenario saludando a la banda. El bajista de Cafe Tacuba ha buscado el mejor sito para ver el recital. Y aparecen, primero baterista, bajo y trompeta ataviados como el Aviador Dro en sus momentos de mayor materialismo dialéctico, mono/uniforme y, con bases atronadoras, Camilo, sombrero y poncho, un teclado que parece de juguete, un sampler repleto de piezas arqueológicas, sonidos kitchs, sonidos extraídos de discos de piedra o de hip hop old school. Todo junto. El gran bebedizo.
Desde el primer momento nos lo exige todo: «Yo digo baila, tú dices dance». Micrófono y brazos arriba, samplea en directo a Los Del Río, la trompeta es un arma cargada de pasado, la caja de ritmos una cuchilla que dispara amor. Suena México y suena de Piñata, el disco con el que Zona de Obras nos explicó cómo era eso de ser latino y jugar al corta y pega con elegancia, Micrófono con un flow a la altura de cualquier pelea de gallos. Salta y salta. Escucha discos de Café Tacuba, mira los Simpsons, guárdate a The Strokes donde te quepan. Dime si hay algo más moderno, más clásico, trombón y la adaptación que hacían los Teen Tops de los éxitos de Elvis.
IMS es como los cuentos de Jordi Soler, como si tiraras los discos de Esquivel al aire y te hicieras una infusión con los trozos repartidos por el suelo y, después, te lanzaras a bailar. ¿Te acuerdas la primera vez que escuchaste Escríbeme pronto? Yo sí, fue en un CD de «apuestas sonoras» en un Zona de Obras. Busco la fecha. No importa, sería el año 2007 y yo no tenía todavía treinta. Debería haberme comprado un sampler y haber cambiado de vida. Ahora estaría cortando y pegando trozos de canciones de Gloria Lasso con beats de biblioteca de sonidos mientras por encima metía a Pipo Cipollati recitando trozos del Martín Fierro. Un terremoto vital. Camilo y su banda. Y el bajista con sus lentes oscuras y su aire a Spinetta. Socios del desierto bebiendo agua caliente de una fuente.
Las lágrimas de Amaral se las llevó el viento a favor
En la vida uno tiene que ser siempre elegante. Y Amaral lo fue. Más allá de todo lo que ha podido pasar en estas últimas décadas, la banda iba a estar en el escenario principal en el momento grande del festival. Amaral, Juan y Eva, son tan grandes como Enrique. Enrique es una estrella que seguirá en el cielo, como una de las Santas Marías que iluminan el camino ahora que faltan Gustavo Cerati y Luis Alberto Spinetta, desde que se fueron Antonio Vega y Pepe Risi. Amaral apareció en el escenario con teclista, corista, batería y bajo. Más Juan y Eva, claro. Un sonido perfecto, con especial hincapié en la madurez guitarrística de Juan Aguirre. Todos bromeamos con su parecido a The Edge. Pero va más allá de la estética. Una guitarra que, en su sencillez, con sus acordes invertidos, sin arabescos innecesarios, demuestran que es uno de los grandes. Uno de esos tipos que siguen y siguen estudiando para conseguir el punto exacto entre la experimentación y lo comercial. No sé si existe, pero está claro que él es quien más se acerca.
Un repertorio para seguidores de su último material. Además de Como hablar de su segundo LP y temas de Pájaros en la cabeza… pocos clásicos. ¿Pero qué es un clásico para ti, Octavio, que te quedaste en 2011? Tú que te quedaste en 2011, que no conoces Cuando sube la marea, Mares igual que tú, Revolución, Kamikaze o Salir corriendo. Pero a mi alrededor la gente cantaba y yo iba con zapatos de padre, no con botas de terciopelo o pastillas para fotografiar el tiempo. Sí que recuerdo perfectamente aquel concierto de Enrique Bunbury y Andrés Calamaro. Cada uno presentando obras maestras en el Príncipe Felipe. Y no puedo olvidar cuando Eva, guitarra acústica en mano, mirando al Ebro con lágrimas en los ojos entonó, antes de atacar Revolución, aquello de «Si ya no puede ir peor/ haz un último esfuerzo/espera que sople el viento a favor/ya sólo puede ir mejor/y está cerca el momento/espera que sople el viento a favor». No tengo mucho más que decir.
Café Tacuba, déjate caer entre flores y muerte
La banda que definió este Vive Latino como tal fue, sin duda, Café Tacuba. Sentado en el Auditorio, veía el campo de flores mexicanas como una ola inmensa que se acercaba a besar el escenario, una y otra vez. Ellos, los Tacuba, hicieron ska sin batería, mezclaron el rock anglosajón con todo el folclore sin renunciar, destrozaron las fronteras, besaron Chile y Argentina, cambiaron de nombre y grabaron discos dobles, cortando la torta, haciendo que la mitad fuera instrumental. El sonido de Meme con una simple melódica, la manera en la que Quique Rangel agarra ese contrabajo que parece traído de las estrellas o su hermano Joselo en la guitarra, con esa habilidad para hacer lo imposible sencillo… bailes y coreografías aparte.
Había flores porque lo pedía el día, se hicieron el clásico de Jaime López Chilanga banda, con un fraseo ininteligible… demostrando que a Café Tacuba no se puede ir con el estómago vacío, que es un shot de tequila que te deja KO. No faltaron ni Chica banda ni El fin de la infancia para recordar que la primera revolución fue a ritmo de ska. Imagino que alguna lágrima se descargó con la interpretación de Meme del baladón Eres.
Un momento mágico cuando Rubén Albarrán, atrapado entre el laberinto perdido de sus seudónimos, atacó Déjate caer de la banda chilena Los Tres. Una de esas versiones que una banda hace tan propia que es complicado intentar separarla en el imaginario colectivo. Muerte y flores. Para terminar con El puñal y el corazón y El baile y el salón. Café Tacuba es como una de esas novelas-río: aparecen en canciones de los demás, novelistas desconocidos usan sus letras para inspirarse, nadie sabe cuál es su estilo y nadie suena a Café Tacuba… es canon y es historia viva de la música. Música mundial.
Antes de la bailanta me colé en los sueños del bajista de Café Tacuba
Confieso que llegué tarde a Los Caligaris porque me quedé un rato metido en los sueños de Enrique Rangel. Sí, al acabar el bolo de Café Tacuba un buen amigo me pasó la llave para acceder a la cabeza del guitarra de la banda. Él estaba en ese estado post-concierto, una especie de duermevela eufórica y desorientada y yo, yo estaba simplemente enmudecido, con las funciones vitales detenidas mientras asimilaba lo que había visto.
«La música es mi goce. Recrearla en cada lugar, en cada ciudad y cada escenario. Emoción. Hacer feliz a la gente». Yo rebusco en los rincones, cada esquina tiene una sorpresa escondida. «Sé que hay un Café Tacuba guardado que todavía no hemos conocido. Somos una invención, una reinvención constante». ¿Hay alguien más? «Dentro de la banda hay espacios, el combo es un contraste, es valioso, satélites que se convierten en transportes de la vida y transportes que se convierten en satélites».
Y volvemos al hogar. Al escenario donde pasan las cosas que no iban a pasar nunca en Zaragoza. Antes saludo a Luis Lles, un hombre que lo sabe todo. Un hombre que disfruta con las partes más recónditas donde la cultura se manifiesta. Confiesa que la cumbia es el futuro, porque ya fue el pasado. Le abrazo. Uno ha aprendido tanto de maestros como él. Llego a Los Caligaris y parece que la despedida ha comenzado, pero es solo una broma. Cuento hasta once personas sobre el escenario. Detenidas, como unos payasos modernos, mimos del rock. Pero luego vuelven. Y sigue la fiesta. Es bailanta pura, el cuarteto cordobés que se une con las guitarras eléctricas.
Sobre la mesa hay Fernet y yo recuerdo la primera vez que lo probé en una habitación en Avellaneda. Aguanté el tipo por poco. Caligaris es parte de ese engranaje de baile que va desde los primeros Fabulosos Cadillacs, la parte más festiva de la Bersuit y la joda de Los Auténticos Decadentes. Caligaris llevan veinticinco años sobre los escenarios y eso me produce una leve tristeza. Pensar que algo tan lindo no ha estado en mi vida hasta ahora. No se van, siguen, ellos no corren, prefieren andar. Ojalá toda la vida fuera un carnaval.
Y después de eso, ¿qué? De fondo me llegan las guitarras de Leiva. Me cae bien. Me cae mejor él que sus canciones. Prefiero sentarme y escuchar. Von Disko mezcla funk. Hace mucho que se ha terminado el día en el Vive Latino, pero es la excusa perfecta para seguir. Escucho las primeras canciones de Ximena Sariñana. Abre con el cantante de Little Jesus en la guitarra. Un poco de baile, todo naif, algo de camp. Mi hijo no duerme. Ana no duerme. Nadie duerme. Parpadeo, vuelvo a los veintidós. Coloco en el aparato de música de mis padres un mini-CD de Plan B. Narcotizado me enamoro de Victoria Abril, la banda, no la actriz. Se acaba el parpadeo. Ana se duerme, mi hijo está dormido.
Tijuana queda tan lejos. Es la siguiente frontera. La culpa es tuya por no haber venido la primera vez me dicen los chicos del Colectivo Nortec. Estuvimos en tu ciudad y tú nos ignoraste. No volverá a suceder, lo prometo. Al llegar a casa tengo un mensaje en el móvil del hijo de Moris. Viene a España en noviembre. Me pide que le ayude a buscar alguna sala para tocar en la ciudad. Esto nunca se acaba. Nadie quiere ser el que apaga la luz.