Es inapelable: falleció; finalmente falleció Gustavo Cerati. La noticia es clara y dolorosa, por más que nadie, salvo unos pocos, hayan tanido en estos años esperanzas acerca de su futuro. La sensación, entonces, es confusa. De algún modo, ya nos habíamos despedido. Porque el primer impacto fue durísimo y sorpresivo, y data de mediados de 2010. Aquel 15 de mayo la noticia fue que Cerati, a quien hoy llora el mundo del rock, había sufrido un accidente cerebro-vascular en Venezuela, después de uno de los conciertos de su última gira. Nunca se supo mucho más, salvo que fue un episodio confuso en el que después del primer ataque sufrió otro de manera inmediata, y que el líder de Soda Stéreo no pudo afrontar, al menos como para poder salir indemne del asunto. Regresó a Buenos Aires en estado de coma, y así se mantuvo todo este tiempo hasta hoy. Unos años antes, Cerati había sufrido una trombosis, y la delicadeza de su salud no era un secreto en el mundo del rock argentino. En su momento se dijo de todo: que debió haber parado, que unas vacaciones a tiempo le hubiese ayudado… Un artista, se sabe, vive a otro ritmo. Tiene otros estímulos. Lo impulsan otros resortes. Cerati consagró su vida al arte, primero al frente de Soda Stéreo, cuando a principios de los años 80 irrumpió con un raro peinado nuevo y una música que el país, luego de años de represión, necesitaba. No fue apenas una moda: Soda había llegado para quedarse, y con los años Cerati se convirtió en uno de los grandes autores del pop argentino de todos los tiempos. El grupo se separó –dejando a su paso una verdadera legión de fans en toda Latinoamérica, como nunca antes había pasado con un artista argentino de rock–, pero Cerati jamás detuvo su marcha. Un gran debut como solista –el disco Bocanada, de 1999– inauguró una carrera que siguió aportando canciones: fueron varios trabajos más, y su último álbum, Fuerza natural, pasará a la historia como su testamento musical. La agonía fue larga, quizás demasiado: tras aquel ACV implacable, Cerati estuvo ingresado por más de cuatro años, acompañado siempre por su familia y amigos cercanos. Hoy, finalmente, esa agonía llegó a su fin. Claro que un artista nunca muere, porque su música sigue ahí, para llenarnos el alma. Por más que hoy las noticias digan lo contrario.