Mario Caporali engrandece el nuevo tema de Juana Molina con un trabajo audiovisual que hiela la sangre, de principio a fin, sin necesidad de caer en tópicos o golpes de efecto: terror elegante y genuino.
El tema está en Wed21, el nuevo disco de Juana Molina, y llega directo al espinazo. Miedo, señoras, señores, lolitas e imberbes. La cosa va más allá de la inquietud. Mario Caporali alía el encuadre y la estética con el cerebro deliciosamente enfermo de Juana Molina: el resultado muestra un día cualquiera en la vida del Bichapong, ser enmascarado de tres ojos (el tercero cae por donde suele estar la boca) que se mueve por las estancias de una terrorífica mansión, entre probetas y pócimas, más cerca de la brujería que de la alquimia, con autorretrato tridimensional en forma muñeco de trapo incluido. La canción traquetea sobre el bajo y los sonidos ululantes, que construyen la autopista sonora; el goteo y las líneas discontinuas llegan luego con los toques de guitarra y la voz naif de Juana. Bichapong alimenta al grupo invitado en su mansión y también sacia la sed de los congregados, que bailan al son del mantra herético trenzado por la sacerdotisa Juana. Caporali, aguantando el pulso, lo retrata todo en falso stop motion (sí, se mueven) de modo suave, fluido; no cae en los efectismos aceleratorios que tanto gustaban a Floria Sigismondi en los años gloriosos de Marilyn Manson. De Mark Romanek y su Closer para Reznor sí hay reminiscencias visuales y conceptuales: bien por ellas.