En la selva de Tarzán hay un desalmado que hace correr ríos de sangre de plastilina a fuerza de balear a los animales. El cazador de elefantes mata mientras pide perdón y asegura que no volverá a ocurrir. Una historia cuyo parecido con hechos reales es puramente casual.
Antes de abandonar este mundo de dolor, César Strawberry debería tener un hueco en la Real Academia de la Lengua deslenguada: temas como Pánico a una muerte ridícula tienen tanto impacto educativo como el soneto de Lope para Violante. Nadie como él, al menos por el patio ibérico. El cazador de elefantes, temazo del álbum España es idiota, llevada magistralmente al plano audiovisual por Dani Moreno, es una prueba fehaciente de cómo decir las cosas claras sin que haya lugar a una demanda judicial. La canción está basada en una historia real (¿lo pillan, lo pillan?) sobre un descerebrado de gatillo fácil que campea por doquier haciendo el golfo, sin encontrar jamás trabas a su chapucero estilo de vida. Un tipo campechano con una amplia colección de trofeos en coto y alcoba, al que aquí se augura un luctuoso final en manos de su enésima víctima. Tarzán es el rey de la selva, pero sí está realmente (el adjetivo vuelve ahora adverbio: ¿lo siguen pillando? Real, coronado) en contacto con sus súbditos, hasta el punto de hacer suyos los problemas de la comunidad. He ahí el meollo del tema, el argumento de la minipelícula; el vehículo visual es la animación y un poquito de gore para sacudir conciencias. Lo de la sangre en plastilina tiene el punto violento del impacto a baja velocidad: impresionante. Eso sí: el motto «Lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir» que culebrea entre estrofas tranquiliza un montón. Hay «espedanza», después de todo.