Tres perspectivas, dos escuderos y una hidalga: Papaya le canta con cariño a la soledad del alma, en una especie de oda sincopada al pragmatismo que engancha a la primera. Visualmente, además, el refuerzo del mensaje llega a lomos del ritmo y el color.
Yanara, Sebastián y Miguel han pergeñado un álbum lleno de respuestas, cuya naturaleza va más allá del carácter palpable u omitido de las preguntas. La más brillante de esas respuestas llega por la vía del sentimiento: el ser humano se complica la vida cuando deja que las emociones invadan la razón, pero la vida resulta aburrida si se evita siempre el riesgo. Con la complicidad de Sara Condado tras la cámara, el trío transatlántico se rodea de luces estroboscópicas, colores (en el entorno, en sus ropas) y un poquito de aroma decadente para desgranar sus argumentos. El mundo es un circo del que ellos son espectadores, actores y jueces, y gira a demasiada velocidad (muy acertado el uso del zootropo en el audiovisual) para seguir el paso según las normas sociales establecidas. Cada cual baila la sinfonía de la existencia con un actitud propia, genuina o pusilánime: Papaya juega con los desenfoques, las pantallas partidas, el reflejo del hastío vital y la necesidad de sacudir el cuerpo, de bailar sin pensar demasiado en las consecuencias; la canción es un alejamiento intencional (y acompasado, por supuesto) de la mañana siguiente.
Puedes leer aquí el comentario de No me quiero enamorar
(«Apuesta del Día» del 23/10/2015)
No me quiero enamorar está editado por Jabalina.